CARTA CIRCULAR DEL P. FRAY JOSÉ NARLALY, MINISTRO GENERAL, A LA ORDEN Y A LA FAMILIA TRINITARIA,
CON MOTIVO DE LA BEATIFICACIÓN
DEL P. HERMENEGILDO DE LA ASUNCIÓN Y COMPAÑEROS, MÁRTIRES
13 de octubre de 2013
Queridos hermanos y hermanas en la Santa Trinidad:
El papa Juan Pablo II, de santa memoria, en su Carta al Ministro General de la Orden (7.6.1998) con motivo de los Centenarios de la Aprobación pontificia de nuestra Regla y de nuestra Reforma, escribió esta frase memorable: «Los ejemplos de santidad y martirio, que enriquecen a vuestra familia religiosa, son una confirmación de vuestro carisma». Es verdad: el Señor ha confirmado nuestra vocación a través del llamamiento a ser santos en nuestra Familia religiosa, llevado a cumplimiento por los Santos Padres de nuestra Orden, y por muchos hermanos y hermanas nuestros, que han dado su vida por Dios en el martirio o que han vivido de forma excelente las virtudes cristianas.
En los últimos años, nuestra Orden está tomando renovada conciencia de la impresionante historia martirial vivida en España en los años 1936-1937. Durante la terrible persecución que afligió a la Iglesia en aquellas fechas, murieron 22 frailes de nuestra Orden víctimas del odio contra Dios y la religión. De ellos, nueve ya fueron beatificados en 2007. Recordamos, además, a tres monjas de la Orden, víctimas de la persecución, una de ellas ya beatificada (sor Francisca de la Encarnación), a una religiosa de las Trinitarias de Madrid y a muchos laicos vinculados con nuestra Familia, entre quienes descuella el beato Santos Álvaro Cejudo, beatificado también en 2007.
Como es bien sabido, el 28.6.2012, el papa Benedicto XVI autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto del martirio «de los Siervos de Dios Hermenegildo de la Asunción y cinco compañeros, de la Orden de la Santísima Trinidad, asesinados en odio a la fe, en España, en 1936»; decreto que fue firmado el día 27.7.2012, por el cardenal Prefecto. Estamos, por lo tanto, en los meses previos a la beatificación, fijada el 13 de octubre de 2013. Una gran gracia para toda la Iglesia, que llena de alegría y de legítimo orgullo a nuestra Familia religiosa por la gloria de estos hermanos nuestros.
Los mártires, a cuya beatificación nos preparamos, son los seis religiosos que, en 1936, componían la comunidad de Alcázar de San Juan, en la provincia y diócesis de Ciudad Real. Cinco de ellos eran sacerdotes y uno era hermano cooperador. Sus nombres: Hermenegildo de la Asunción (Hermenegildo Iza y Aregita, nacido el 13.4.1879 en Mendata, Vizcaya), ministro de la comunidad; Buenaventura de Santa Catalina (Buenaventura Gabicaechevarría y Guerricabeitia, nacido en Ajánguiz, Vizcaya, el 14.7.1887); Francisco de San Lorenzo (Francisco Euba y Gorroño, nacido en Amorebieta, Vizcaya, el 25.7.1889); Plácido de Jesús (Plácido Camino Fernández, nacido en Laguna de Negrillos, León, el 6.5.1890); Antonio de Jesús y María (Juan Antonio Salútregui y Uribarren, nacido en Guernica-Luno, Vizcaya, el 5.2.1902); Esteban de San José (Esteban Ciriaco Barrenechea y Arriaga, nacido en Elorrio, Vizcaya, el día 26.12.1880).
Estos seis religiosos vivieron su vida religiosa entregados a la oración y al apostolado, en una cotidianidad marcada por la pobreza y el trabajo, en contacto directo con la población de Alcázar de San Juan, ciudad de mucha vitalidad, por ser lugar estratégico de comunicación ferroviaria. La presencia de los trinitarios se remontaba al siglo XVII, cuando los descalzos abrieron una casa en este lugar, «Corazón de la Mancha», de donde tuvieron que marcharse en 1835, obligados por la Exclaustración general de religiosos. La Restauración de la Orden en España empezó, precisamente por Alcázar, a donde llegaron los frailes procedentes de San Carlino, en 1879.
Los trinitarios, además de atender a la población en sus necesidades espirituales mediante el ministerio ejercido en su muy concurrida iglesia conventual, también abrieron una escuela para niños y jóvenes, que en 1924 se convirtió en Centro Oficial de Enseñanza, donde religiosos y laicos trabajaron de forma admirable y reconocida; se señaló por su labor el P. Plácido de Jesús, director del Colegio, hombre de inteligencia expléndida, notoria durante sus estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana. Aunque en aquellos tiempos no había ayudas institucionales para mantener la enseñanza, los trinitarios admitieron en sus aulas no sólo a quien podía pagar sus estudios, sino también a hijos de familias de condición modesta. Entre los alumnos hubo personas de militancia política muy diversa. El afecto y agradecimiento hacia los trinitarios por su labor educativa fue unánime entre los alumnos y sus familias. Además, un detalle nos ha llamado la atención sobre la vida de nuestros hermanos de Alcázar: fray Esteban, hermano cooperador, repartía cada día en la portería del convento la comida a los más pobres del pueblo; no se cocinaba “diferente” para los frailes y los pobres, sino que compartían la misma comida.