Comunion Revista Comunion nº 03 - 2013 | Page 6

Queridos hermanos,

Mientras nos encontramos a las puertas de la Cuaresma, estamos viviendo los primeros días de nuestro Año Jubilar Trinitario. De modo oficial, hemos inaugurado este Jubileo el 17 de diciembre de 2012, de ahí que no podemos evitar ver cómo nuestros Padres, san Juan de Mata y san Juan Bautista de la Concepción, están en la vanguardia de estas consideraciones y reflexiones. Ningún día de este año debería pasar sin volver la vista a ellos con amor filial y sincera gratitud: es momento para un profundo reconocimiento de nuestra vocación Trinitaria, es momento de una profunda gratitud por lo que hemos recibido y heredado de nuestros padres, es momento de una mayor conciencia de la presencia de Dios en nuestras vidas y ministerios, es momento para una dedicada redención a los cautivos y una tierna atención a los pobres, es momento para mirar nuestra fidelidad al carisma y misión que hemos recibido de nuestros padres, es momento de procurar el perdón y la misericordia de Dios por nuestros fallos e infidelidades, y es momento de conversión y renovación.

A medida que se acerca la fiesta de nuestro Reformador, me doy cuenta de mi admiración por el maravilloso modo en que Dios conquistó el corazón de San Juan Bautista de la Concepción y por el poder del Espíritu Santo, que no sólo purificó su corazón sino que lo desafió para que abrazase y llevase a cabo la reforma, tanto de sí mismo como de la Orden, a pesar de las innombrables dificultades que tuvo que enfrentar. Pero también se apodera de mí un cierto sentido de urgencia por el paralelismo que encuentro entre el tiempo del Reformador y nuestro presente.

El Concilio de Trento hizo una llamada a la Iglesia y a los Institutos religiosos para que iniciaran un proceso de renovación y toma de conciencia del espíritu del Evangelio. En el contexto actual, el Concilio Vaticano II, del que acabamos de celebrar el 50º aniversario de la apertura, invita a la Iglesia a su renovación y reforma, y exhorta a los Institutos religiosos a que retomen el espíritu y carisma fundacional. En ambos casos, a nivel práctico, la respuesta ha sido diversa tanto en grado como en intensidad; no obstante, se ve claramente cómo uno de los signos de la efectividad de la renovación en la Vida Religiosa es la fidelidad a Cristo y al Evangelio, la cual se refleja en la fidelidad al espíritu y carisma originales. Es un hecho que los simples cambios externos no garantizan una renovación espiritual y que la renovación interior pide una mayor y más profunda identificación con Cristo. Precisamente, escribiendo sobre nuestra configuración con el Cristo crucificado, nuestro Reformador observa: “Ello significa ir «adelante por los pasos que Cristo anduvo de su pasión y humildad». Más que una imitación desde fuera, es participación, comunión, inserción vital en la kénosis crística. El trinitario se fragua en la horma del Redentor”.

Es verdad que de igual modo que la Iglesia ha emitido maravillosos documentos, nuestra Orden religiosa ha realizado ricas y significativas publicaciones que ensalzan el espíritu de nuestros Padres; no obstante, la cuestión más importante es la vivencia de estos nobles ideales, que implica una atenta escucha y una seria colaboración con el Espíritu Santo.

Ciertos valores evangélicos e ideales religiosos, tales como el espíritu de oración y penitencia, profunda caridad fraterna y redentora, espíritu de pobreza y simplicidad, espíritu de silencio y recogimiento interior, sentido de lo sacro, etc., comenzaron ya a perder fuerza en la época del Reformador, y tendencias similares se hacen manifiestas en nuestro presente histórico. La tendencia al individualismo de los religiosos y la sed de comodidad y realización personal por encima del carisma y la misión de la comunidad, socava la esencia de la vida religiosa, a saber la radicalidad en el seguimiento de Cristo. Según el Reformador, el seguimiento de Cristo equivale a dejarse configurar con el Crucificado. Es aquí donde necesitamos comprender la insistencia de nuestro Santo en la centralidad de la Cruz, la cual está intrínsecamente conectada con el anonadamiento. Los Trinitarios, cuya misión es encarnar el amor redentor de Cristo a través del rescate de los cautivos y el cuidado de los pobres y sufrientes, no se pueden desvincular por tanto de la espiritualidad de la cruz y del sacrificio. Un desprendimiento real de aquellas cosas que impiden nuestra unión con Dios y nuestra comunión con los pobres y con los hermanos y hermanas que sufren, es un paso necesario para seguir a Cristo más íntimamente.

Los innumerables e indescriptibles padecimientos a los que se sometió el Reformador, fueron entendidos por él como medios para cumplir su misión como reformador de la Orden. En efecto, Él era profundamente consciente del bien que traería su configuración con Cristo y se percató de que la Reforma de la Orden era para el bien común y la salvación de las almas. Él solía hacer referencia a la “promoción de muchas almas”, “el provecho de los hermanos”, “la salvación de la gente” y a “traer las almas a Dios” cuando definía el objetivo último de la Reforma y la razón subyacente de su sufrimiento. La conciencia de su apostolado como una participación personal en la obra redentora de Jesús, le dio valor y fuerza para soportar todo en unión con Cristo. ¡Qué inspiración y modelo tenemos en el Reformador para provocar una renovada vida espiritual! Su vida personal y su intrépido coraje, el inquebrantable celo apostólico, la profunda sabiduría y el sustento espiritual que encontramos en sus abundantes escritos son un tesoro espiritual y carismático inagotable tanto para los Trinitarios como para el común de la gente. Sería una tragedia que nosotros sus hijos no aprovechásemos esta fuente de gracia para ser más fieles en nuestra vivencia de la vocación, especialmente durante este año jubilar de su muerte.

Para concluir esta carta, permitidme recordar que la vida heroica y los arduos esfuerzos de la reforma de san Juan Bautista de la Concepción han contribuido en la construcción del tesoro de santidad tanto de la Orden como de la Iglesia en general. Fr. Pedro Aliaga, osst., en su corta biografía del Santo, lo ha sintetizado de manera hermosa: “El mejor fruto de los orígenes de la Reforma trinitaria son sus santos. Es célebre el juicio del P. Antonino de la Asunción (+1943), uno de los mayores expertos en el estudio de la santidad cristiana que ha habido en la Iglesia del siglo XX, quien decía que si se hubieran hecho los procesos de beatificación, podría haber en los altares más de cuarenta santos de la Descalcez trinitaria”. ¡Qué maravilloso homenaje a nuestro Reformador! Que san Juan Bautista de la Concepción inspire, despierte y profundice en nosotros las raíces de nuestra vocación Trinitaria, de modo que cristifiquemos más nuestra vida, y al mismo tiempo, ayudemos a los otros a crecer en santidad.

Os deseo a todos una feliz Fiesta del Reformador y un Año Jubilar lleno de bendiciones.

Fraternalmente,

Roma, 28 de enero de 2013

Fiesta de Santa Inés

Jose Narlaly, osst.

Ministro General

Mensaje del Ministro General por la Fiesta del Reformador en el Año Jubilar Trinitario 2013

El Concilio de Trento hizo una llamada a la Iglesia y a los Institutos religiosos para que iniciaran un proceso de renovación y toma de conciencia del espíritu del Evangelio. En el contexto actual, el Concilio Vaticano II, del que acabamos de celebrar el 50º aniversario de la apertura, invita a la Iglesia a su renovación y reforma, y exhorta a los Institutos religiosos a que retomen el espíritu y carisma fundacional. En ambos casos, a nivel práctico, la respuesta ha sido diversa tanto en grado como en intensidad; no obstante, se ve claramente cómo uno de los signos de la efectividad de la renovación en la Vida Religiosa es la fidelidad a Cristo y al Evangelio, la cual se refleja en la fidelidad al espíritu y carisma originales. Es un hecho que los simples cambios externos no garantizan una renovación espiritual y que la renovación interior pide una mayor y más profunda identificación con Cristo. Precisamente, escribiendo sobre nuestra configuración con el Cristo crucificado, nuestro Reformador observa: “Ello significa ir «adelante por los pasos que Cristo anduvo de su pasión y humildad». Más que una imitación desde fuera, es participación, comunión, inserción vital en la kénosis crística. El trinitario se fragua en la horma del Redentor”.

Es verdad que de igual modo que la Iglesia ha emitido maravillosos documentos, nuestra Orden religiosa ha realizado ricas y significativas publicaciones que ensalzan el espíritu de nuestros Padres; no obstante, la cuestión más importante es la vivencia de estos nobles ideales, que implica una atenta escucha y una seria colaboración con el Espíritu Santo.

Ciertos valores evangélicos e ideales religiosos, tales como el espíritu de oración y penitencia, profunda caridad fraterna y redentora, espíritu de pobreza y simplicidad, espíritu de silencio y recogimiento interior, sentido de lo sacro, etc., comenzaron ya a perder fuerza en la época del Reformador, y tendencias similares se hacen manifiestas en nuestro presente histórico. La tendencia al individualismo de los religiosos y la sed de comodidad y realización personal por encima del carisma y la misión de la comunidad, socava la esencia de la vida religiosa, a saber la radicalidad en el seguimiento de Cristo. Según el Reformador, el seguimiento de Cristo equivale a dejarse configurar con el Crucificado. Es aquí donde necesitamos comprender la insistencia de nuestro Santo en la centralidad de la Cruz, la cual está intrínsecamente conectada con el anonadamiento. Los Trinitarios, cuya misión es encarnar el amor redentor de Cristo a través del rescate de los cautivos y el cuidado de los pobres y sufrientes, no se pueden desvincular por tanto de la espiritualidad de la cruz y del sacrificio. Un desprendimiento real de aquellas cosas que impiden nuestra unión con Dios y nuestra comunión con los pobres y con los hermanos y hermanas que sufren, es un paso necesario para seguir a Cristo más íntimamente.

Los innumerables e indescriptibles padecimientos a los que se sometió el Reformador, fueron entendidos por él como medios para cumplir su misión como reformador de la Orden. En efecto, Él era profundamente consciente del bien que traería su configuración con Cristo y se percató de que la Reforma de la Orden era para el bien común y la salvación de las almas. Él solía hacer referencia a la “promoción de muchas almas”, “el provecho de los hermanos”, “la salvación de la gente” y a “traer las almas a Dios” cuando definía el objetivo último de la Reforma y la razón subyacente de su sufrimiento. La conciencia de su apostolado como una participación personal en la obra redentora de Jesús, le dio valor y fuerza para soportar todo en unión con Cristo. ¡Qué inspiración y modelo tenemos en el Reformador para provocar una renovada vida espiritual! Su vida personal y su intrépido coraje, el inquebrantable celo apostólico, la profunda sabiduría y el sustento espiritual que encontramos en sus abundantes escritos son un tesoro espiritual y carismático inagotable tanto para los Trinitarios como para el común de la gente. Sería una tragedia que nosotros sus hijos no aprovechásemos esta fuente de gracia para ser más fieles en nuestra vivencia de la vocación, especialmente durante este año jubilar de su muerte.

Para concluir esta carta, permitidme recordar que la vida heroica y los arduos esfuerzos de la reforma de san Juan Bautista de la Concepción han contribuido en la construcción del tesoro de santidad tanto de la Orden como de la Iglesia en general. Fr. Pedro Aliaga, osst., en su corta biografía del Santo, lo ha sintetizado de manera hermosa: “El mejor fruto de los orígenes de la Reforma trinitaria son sus santos. Es célebre el juicio del P. Antonino de la Asunción (+1943), uno de los mayores expertos en el estudio de la santidad cristiana que ha habido en la Iglesia del siglo XX, quien decía que si se hubieran hecho los procesos de beatificación, podría haber en los altares más de cuarenta santos de la Descalcez trinitaria”. ¡Qué maravilloso homenaje a nuestro Reformador! Que san Juan Bautista de la Concepción inspire, despierte y profundice en nosotros las raíces de nuestra vocación Trinitaria, de modo que cristifiquemos más nuestra vida, y al mismo tiempo, ayudemos a los otros a crecer en santidad.

Os deseo a todos una feliz Fiesta del Reformador y un Año Jubilar lleno de bendiciones.

Fraternalmente,

Roma, 28 de enero de 2013

Fiesta de Santa Inés

Jose Narlaly, osst.

Ministro General