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He recibido cientos de halagos por parte de camareros, de conductores de autobús (agradecimiento eterno a la EMT y en general a todo el consorcio de transportes, por no perder jamás su sonrisa y hasta cantar con nosotros), de vigilantes y de un largo etcétera, asombrados de que tantos cientos de miles de personas pudiésemos movernos de un lado a otro con tranquilidad y obedeciendo cualquier indicación a la primera.

He disfrutado por primera vez de la serenidad de una oración de Taizé, he formado parte de un Via Crucis multitudinario. He bailado una danza africana, cinco minutos más tarde me he intentado mover al ritmo de unos brasileños y poco rato después he bailado unas sevillanas con unos italianos.

He renovado y reafirmado mis ganas de querer dar todo a los demás, de querer hacer todo lo que esté en mi mano para hacer el mundo un lugar más justo. sus urbanizaciones para refrescarnos y a los que nos tiraban hasta galletas con chocolate para hacernos más dulce el camino a Cuatro Vientos.

He renovado y reafirmado mis ganas de seguir a Jesús, de amar a mis enemigos, de querer al prójimo, de soportar cualquier adversidad. He encontrado grandes ejemplos y testimonios de personas que me han dicho que no tema.

He llorado, reído, temblado, sudado, me he empapado…, he cantado hasta quedar afónica, he bailado hasta no poder más.

He gritado bajo una gran tormenta y después me he estremecido con un gran silencio multitudinario.

También he consolado a niños de unos 15 años asustados porque un grupo de indignados les quería pegar. He soportado insultos, burlas hacia mi fe y sus símbolos, increpaciones en el autobús. Olas y olas de ignorancia, falta de respeto y agresividad. Lo he soportado haciendo absoluto silencio, cerrando los ojos y rezando. Ha sido un granito de arena en medio de una playa maravillosa.

He formado parte de la fiesta más multitudinaria de la historia de España durante una semana y todo gracias a una cosa, a nuestra fe. No puedo dejar de dar las gracias a los ciudadanos que desinteresadamente nos echaban agua desde sus balcones, a los conserjes que sacaban las mangueras de Gracias, gracias y mil gracias a toda la gente, decenas y decenas, que nos paraban por la calle para darnos las gracias por nuestra alegría, para alabar la labor de los voluntarios y para contarnos lo maravillados que estaban por vivir esto en Madrid, para relatarnos lo que más les estaba gustando y hacernos muchas preguntas curiosas.

Gracias a los ciudadanos que han soportado los cortes de tráfico y molestias que supone cualquier concentración de estas dimensiones. A los que nos miraban encantados y a los que delataban con su mirada que empezaban ya a estar cansados, pero que aún así empleaban la lógica y comprendían, aguantaban y nos respetaban.

Gracias especialmente a los ciudadanos no católicos que haciendo gala de su humanidad y su ciudadanía comprendían que toda movilización pacífica, sea de la religión o ideología que sea, debe ser asumida y respetada.

Gracias al resto de voluntarios, por echarme una mano sin necesidad de pedirla, por llenarme de caramelos y zumos cada vez que hacía un pequeño gesto de cansancio o mareo.

Testimonio ...

Verónica Martínez

22 años

Laica Trinitarias de Valencia (Alcorcón)