Como los pobres derrotaron Sendero Luminoso ILD-Como-Peru-vencio-el-terrorismo | Page 8

8 FORMALIZAR PARA CRECER Y VIVIR SEGUROS Si esta ceguera de las fuerzas estatales era tan obvia y ocurría además en un país donde los simpatizantes de SL nunca pasaron del 6% de la población, ¿cómo era posible que no se haya producido la alianza entre el Es- tado y los campesinos antes? Sobre todo considerando que algunos militares se dieron cuenta que la guerra con SL requería de la participación popular. Por lo que yo recojo, eso fue el caso cuando en 1984, el General Adrián Huamán Centeno, un oficial de origen campesi- no, quechua hablante, fue nombrado Jefe del Comando Político Militar de Ayacucho. Visitando una comunidad de Ayacucho, Huamán sos- tuvo una conversación en quechua con el principal di- rigente del pueblo. Según el General, se desarrolló así: “Por qué permites que los terrucos maten y le roben a tu gente. ¿Acaso eres cobarde?” “Yo no soy cobarde! Eso dices tú porque tienes armas. Nosotros no tenemos nada para defendernos, sólo pie- dra y machete y ellos vienen con fusil y dinamita. ¿Qué cosa quieres, que nos dejemos matar? Enseguida, Huamán hizo una señal y sus hombres baja- ron del helicóptero varias escopetas y munición y se las entregaron a los campesinos. Así, conversando y escu- chando, poco a poco fue promoviendo la organización del campesinado. La popularidad del “General campe- sino” creció tanto que Abimael Guzmán, el líder de SL, ordenó que su gente impidiera a toda costa que los co- muneros se reunieran con Huamán. En cumplimiento de esa consigna, los senderistas llegaron al extremo de secuestrar y matar comunidades enteras u ocultarlas en cuevas y quebradas en las que muchos murieron de frío o hambre. La labor del General Huamán Centeno fue coronada con una gran concentración de campesinos alzados en el distrito de Vinchos, provincia de Huamanga, el 12 de agosto de 1984, donde más de 8.000 comuneros de al menos 44 comunidades renovaron su fidelidad a la bandera nacional y juraron combatir al terrorismo. Este hecho es conocido por el pueblo campesino ayacuchano como “El juramento de Vinchos”. En el fragor de las batallas, Huamán le dio duros gol- pes políticos a SL. Pero no duró mucho su gesta pues en agosto de 1984 fue destituido por haber sostenido en una entrevista periodística que la lucha contra el terro- rismo era un problema principalmente político antes que militar. Nada de esto impidió que varios jefes militares cola- boren con las DECAS en forma discreta, escuchando y apoyando cuando podían. Pero al no existir una direc- tiva del gobierno ni del alto mando militar sobre cómo relacionarse con esos grupos, la relación dependía del criterio del jefe del Comando Político Militar, que era cambiado cada año. ¿Por qué no vino la directiva? La mejor respuesta que recibimos fue que la propagan- da comunista etiquetó con éxito a los campesinos como “paramilitares” al servicio de los grandes hacendados e intereses privados -cosa que coincidía con las continuas condenas de la prensa internacional y de los grandes poderes contra los paramilitares colombianos-, lo que hizo temer a quienes tenían el mando, que podían ser arrastrados a tribunales nacionales o internacionales. Esto, sumado al prejuicio de los limeños contra los an- dinos –prejuicios fortalecidos por las conclusiones de la Comisión de Uchuraccay de que los campesinos eran “primitivos” incapaces de comprender la sofisticación de la ley- hizo que todos miraran con recelo esa posible alianza. Las cosas funcionaron con altibajos, hasta que Hugo Huillca, el jefe de unos 30,000 campesinos armados que formaban el ejército de “Autodefensa Antisubversi- vo del Valle Rio Apurímac y Ene”, me visitó en 1989 por- que SL había comenzado a tomar más fuerza y la alianza con el Perú formal era indispensable. En ese entonces ya eran conocidos los hechos que motivarían el informe de la Corporación Rand, think tank estadounidense al Departamento de Defensa de Estados Unidos, según el cual SL “podría ganar”, que era “casi inexpugnable en los Andes” y que tomaría el poder probablemente en 1992. En el Departamento de Estado se instaló el temor de que en el Perú se repitiera la tragedia de Camboya, donde los Jemeres Rojos de Pol Pot masacraron a más de tres millones de personas. General Huamán en uniforme militar. Quienes vivían en la capital del Perú, Lima, creían -y si- guen creyendo- que SL era un grupo de petardistas que habían puesto un coche bomba en Tarata, una céntrica calle del distrito de Miraflores y que unos pocos y estu-