Como agua para chocolate
Laura Esquivel
río, en las escaleras, en la tina, en la chimenea, en el horno de una estufa, en el mostrador
de la farmacia, en el ropero, en las copas de los árboles. La necesidad es la madre de todos
los inventos y todas las posturas. Ese día hubo más creatividad que nunca en la historia de
la humanidad.
Por su parte, Tita y Pedro hacían poderosos esfuerzos por no dar rienda suelta a sus
impulsos sexuales, pero éstos eran tan fuertes que transponían la barrera de su piel y salían
al exterior en forma de un calor y un olor singular. John lo notó y viendo que estaba
haciendo mal tercio, se despidió y se fue. A Tita le dio pena verlo irse solo. John debió
haberse casado con alguien cuando ella se negó a ser su esposa, pero nunca lo hizo.
En cuanto John partió, Chencha pidió permiso para ir a su pueblo: hacía unos días que
su esposo se había ido a levantar adobe y de pronto le había dado unos deseos inmensos de
verlo.
Si Pedro y Mita hubieran planeado quedarse solos de luna de miel no lo hubieran logrado
con menos esfuerzo. Por primera vez en la vida podían amarse libremente. Por muchos años
fue necesario tomar una serie de precauciones para que no los vieran, para que nadie
sospechara, para que Tita no se embarazara, para no gritar de placer cuando estaban uno
dentro del otro. Desde ahora todo eso pertenecía al pasado.
Sin necesidad de palabras se tomaron de las manos y se dirigieron al cuarto obscuro.
Antes de entrar, Pedro la tomó en sus brazos, abrió lentamente la puerta y ante su vista
quedó el cuarto obscuro completamente transformado. Todos los triques hablan
desaparecido. Sólo estaba la cama de latón tendida regiamente en medio del cuarto. Tanto
las sábanas de seda como la colcha eran de color blanco, al igual que la alfombra de flores
que cubría el piso y los 250 cirios que iluminaban el ahora mal llamado cuarto obscuro. Tita
se emocionó pensando en el trabajo que Pedro habría pasado para adornarlo de esta manera,
y Pedro lo mismo, pensando cómo se las había ingeniado Tita para hacerlo a escondidas.
Estaban tan henchidos de placer que no notaron que en un rincón del cuarto Nacha
encendía el último cirio y, haciendo mutis, se evaporaba.
Pedro depositó a Tita sobre la cama y lentamente le fue quitando una a una todas las
prendas de ropa que la cubrían. Después de acariciarse y mirarse con infinita ternura,
dieron salida a la pasión por tantos años contenida.
El golpeteo de la cabecera de latón contra la pared y los sonidos guturales que ambos
dejaban escapar se confundieron con el ruido del millar de palomas volando sobre ellos, en
desbandada. El sexto, sentido que los animales tienen indicó a las palomas que era preciso
huir rápidamente del rancho. Lo mismo hicieron todos los demás animales, las vacas, los
cerdos, las gallinas, las codornices, los borregos y los caballos.
Tita no podía darse cuenta de nada. Sentía que estaba llegando al clímax de una manera
tan intensa que sus ojos cerrados se iluminaron y ante ella apareció un brillante túnel.
Recordó en ese instante las palabras que algún día John le había dicho: «Si por una
emoción muy fuerte se llegan a encender todos los cerillos que llevamos en nuestro interior
de un solo golpe, se produce un resplandor tan fuerte que ilumina más allá de lo que
podemos ver normalmente, y entonces ante nuestros ojos aparece un túnel esplendoroso y
que muestra el camino que olvidamos al momento de nacer y que nos llama a reencontrar
nuestro perdido origen divino. El alma desea reintegrarse al lugar de donde proviene, dejando
al cuerpo inerte... Tita contuvo su emoción.
Ella no quería morir. Quería experimentar esta misma explosión de emociones muchas
veces más. Éste sólo era el inicio.
Trató de normalizar su agitada respiración y hasta entonces percibió el sonido del aleteo
del último grupo de palomas en su' partida. Aparte de este sonido, sólo escuchaba el de los
corazones de ambos. Los latidos eran poderosos. Inclusive podía sentir el corazón de Pedro
chocar sobre la piel de su pecho. De pronto este golpeteo se detuvo abruptamente. Un
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