Como agua para chocolate
Laura Esquivel
estremecía, la luz parpadeaba. Pedro pensó por un momento que con esos cañonazos la
revolución se había reiniciado, pero descartó esta posibilidad pues en el país, por ahora,
había demasiada calma. Tal vez se trataba del motor del auto de los vecinos. Pero
analizándolo bien, los coches de motor no despedían un olor tan nauseabundo. Era extraño
que percibiera este olor a pesar de haber tomado la precaución de pasear por toda la
recámara una cuchara con un trozo de carbón encendido y un poco de azúcar.
Este método es de lo más eficaz en contra de los malos olores.
Cuando él era niño, así acostumbraban hacerlo en la habitación donde un enfermo del
estómago hubiera defecado, y siempre lograban sanear el ambiente con gran éxito. Pero
ahora de nada le había servido. Preocupado, se acercó a la puerta de comunicación entre
ambas recámaras y tocando con los nudillos le preguntó a Rosaura si se sentía bien. Al no
obtener respuesta abrió y se encontró con una Rosaura de labios morados, cuerpo
desinflado, ojos desencajados, mirada perdida, que daba su último suspiro. El diagnóstico de
John fue una congestión estomacal aguda.
El entierro estuvo muy poco concurrido, pues con la muerte se intensificó el desagradable
olor que despedía el cuerpo de Rosaura. Por este motivo fueron pocas las personas que se
animaron a asistir. Los que no se lo perdieron fueron una parvada de zopilotes que volaron
sobre el cortejo hasta que terminó el entierro. Entonces, al ver que no habría ningún
banquete se retiraron muy desilusionados dejando a Rosaura descansar en paz.
Pero a Tita aún no le llegaba la hora del reposo. Su cuerpo lo pedía a gritos, pero le faltaba
terminar con la nogada antes de poder hacerlo. Así que lo que más le convenía, en lugar de
estar rememorando cosas pasadas, era apurarse en la cocina para poder tomar un merecido
respiro.
Ya que se tienen todas las nueces peladas, se muelen en el metate junto con el queso y la
crema. Por último, se les pone sal y pimienta blanca al gusto. Con esta nogada se cubren los
chiles rellenos y se decoran después con la granada.
RELLENO DE LOS CHILES:
La cebolla se pone a freír en un poco de aceite. Cuando está acitronada se le agregan la
carne molida, el comino y un poco de azúcar. Ya que doró la carne, se le incorporan los
duraznos, manzanas, nueces, pasas, almendras y el jitomate picado hasta que sazone.
Cuando ya sazonó, se le pone sal a gusto y se deja secar antes de retirarla del fuego.
Por separado, los chiles se ponen a asar y se pelan. Después se abren por un lado y se les
retiran las semillas y las venas.
Tita y Chencha terminaron de adornar las 25 charolas con chiles y las pusieron en un
lugar fresco. A la mañana siguiente, los meseros las tomaron de ese mismo lugar en perfecto
estado y se las llevaron al banquete.
Los meseros iban de un lado a otro atendiendo a los animados invitados. La llegada de
Gertrudis a la fiesta llamó la atención de todos. Llegó en un coupé Ford «T», de los primeros
que sacaron con velocidades. Al bajarse del auto por poco se le cae el gran sombrero de ala
ancha con plumas de avestruz que portaba. Su vestido con hombreras era de lo más
moderno y llamativo. Juan no se quedaba atrás. Lucía un elegante traje ajustado, sombrero
de carrete y polainas. El hijo mayor de ambos se había convertido en un mulato escultural.
Las facciones de su rostro eran muy finas y el color obscuro de su piel contrastaba con el
azul agua de sus ojos. El color de la piel era la herencia de su abuelo, y los ojos azules la de
Mamá Elena. Tenía los ojos idénticos a la abuela. Tras ellos venía el sargento Treviño, quien
desde que terminó la revolución había sido contratado como guardaespaldas personal de
Gertrudis.
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