Como agua para chocolate
Laura Esquivel
Tita pensó en la cantidad de veces en que había puesto a germinar trigo, frijoles, alfalfa y
algunas otras semillas o granos, sin tener idea de lo que éstas sentían al crecer y cambiar de
forma tan radicalmente. Ahora les admiraba la disposición con que abrían su piel y dejaban
que el agua las penetrara libremente, hasta hacerlas reventar, para dar paso a la vida. Con
qué orgullo dejaban salir de su interior la primera punta de la raíz, con qué humildad
perdían su forma anterior, con qué donaire mostraban al mundo sus hojas. A Tita le
encantaría ser una simple semilla, no tener que dar cuentas a nadie de lo que se estaba
gestando en su interior, y poder mostrarle al mundo su vientre germinado sin exponerse al
rechazo de la sociedad. Las semillas no tenían este tipo de problemas, sobre todo, no tenían
madre a la que temer, ni miedo a que las enjuiciaran. Bueno, Tita físicamente tampoco tenía
madre, pero aún no podía quitarse de encima la sensación de que le caería de un momento a
otro un fenomenal castigo del más allá, auspiciado por Mamá Elena. Esta sensación le era
muy familiar: la relacionaba con el temor que sentía cuando en la cocina no seguía las
recetas al pie de la letra. Siempre lo hacía con la certeza de que Mamá Elena la descubrirla y
en lugar de festejarle su creatividad la reprendería fuertemente por no respetar las reglas.
Pero no podía evitar la tentación de transgredir las fórmulas tan rígidas que su madre quería
imponerle dentro de la cocina... y de la vida
Permaneció un buen rato descansando, recostada sobre la cama, y sólo se volvió a
levantar cuando escuchó a Pedro cantar bajo su ventana una canción de amor. Tita llegó de
un brinco a la ventana y la abrió. ¡Cómo era posible que a Pedro se le ocurriera tal
atrevimiento! En cuanto lo vio, supo por qué. A leguas se veía que estaba borrachísimo. A su
lado, Juan lo acompañaba con la guitarra.
Mita se asustó mucho, ojalá que Rosaura ya estuviera dormida, o si no, ¡la que se iba a
armar!
Mamá Elena entró furiosa a la habitación y le dijo:
-¿Ya viste lo que estás ocasionando? Pedro y tú son unos desvergonzados. Si no quieres
que la sangre corra en esta casa, vete a donde no puedas hacerle daño a nadie, antes de que
sea demasiado tarde.
-La que se debería de ir es usted. Ya me cansé de que me atormente. ¡Déjeme en paz de
una vez por todas!
-No lo voy a hacer hasta que te comportes como una mujer de bien, ¡o sea, decentemente!
-¿Qué es comportarse decentemente? ¿Como usted lo hacia?
-Sí.
-¡Pues eso es lo que hago! ¿0 no tuvo usted una hija ilícitamente?
-¡Te vas a condenar por hablarme así!
-¡No más de lo que usted está!
-¡Cállate la boca! ¿Pues qué te crees que eres?
-¡Me creo lo que soy! Una persona que tiene todo el derecho a vivir la vida como mejor me
plazca. Déjeme de una vez por todas, ¡ya no la soporto! Es más, ¡la odio, siempre la odié!
Tita pronunció las palabras mágicas para hacer desaparecer a Mamá Elena para siempre.
La imponente imagen de su madre empezó a empequeñecer hasta convertirse en una
diminuta luz. Conforme el fantasma se desvanecía, el alivio crecía dentro del cuerpo de Tita.
La inflamación del vientre y el dolor de los senos empezaron a ceder. Los músculos del centro
de su cuerpo se relajaron, dando paso a la impetuosa salida de su menstruación.
Esta descarga tantos días contenida mitigó sus penas. Respiró profunda y tranquilamente.
No estaba embarazada.
Pero no con esto terminaban sus problemas. La pequeña luz a que fue reducida la imagen
de Mamá Elena empezó a girar rápidamente.
76