Como agua para chocolate
Laura Esquivel
-Pues yo creo que es conveniente antes de que la tome que sepa que para mí, tener un hijo
con usted es la mayor dicha que podría alcanzar, y para gozarla como se debe me gustaría
que nos fuésemos muy lejos de aquí.
-No podemos pensar sólo en nosotros, también existen en el mundo Rosaura y Esperanza,
¿qué va a pasar con ellas?
Pedro no pudo responder. No había pensado en ellas hasta ahora, y la verdad no deseaba
lastimarlas ni dejar de ver a su pequeña hija. Tenía que haber una solución benéfica para
todos. Él tendría que encontrarla. Al menos de una cosa estaba seguro, Tita ya no se iría del
rancho con John Brown.
Un ruido a sus espaldas los alarmó. Alguien caminaba tras ellos, Pedro de inmediato soltó
el brazo de Tita y giró disimuladamente la cabeza para ver de quién se trataba. Era el Pulque,
que harto de escuchar los gritos de Gertrudis en la cocina buscaba un mejor lugar donde
dormir. De cualquier manera decidieron posponer su conversación para otro momento.
Había demasiada gente por toda la casa y era riesgoso hablar de estas cosas tan privadas.
En la cocina, Gertrudis no lograba que el sargento Treviño dejara el almíbar como ella
deseaba, por más órdenes que le daba. Estaba arrepentida de haber confiado en Treviño para
tan importante misión, pero como Gertrudis preguntó a un grupo de rebeldes que quién
sabía cuánto era una libra y él rápidamente respondió que una libra correspondía a 460
gramos y un cuartillo a un cuarto de litro, ella creyó que sabia mucho de cocina, y no era así.
La verdad, era la primera vez que Treviño le fallaba en algo que ella le encomendara.
Recordaba una ocasión en que habla tenido que descubrir a un espía que se habla infiltrado
en la tropa.
Una soldadera, que era su amante, se había enterado de sus actividades y entonces él la
había balaceado despiadadamente antes de que lo denunciara. Gertrudis regresaba de darse
un baño en el río y la encontró agonizando. La soldadera le alcanzó a dar una clave para
identificarlo. El traidor tenía un lunar rojo en forma de araña en la entrepierna.
Gertrudis no podía ponerse a revisar a todos los hombres, pues además de prestarse a
malas interpretaciones, el traidor podría sospechar y huir antes de que lo encontraran.
Entonces encargó la misión a Treviño. Tampoco para él era una misión fácil. Lo que podrían
pensar de su persona era peor de lo que pensarían de Gertrudis si se ponía a husmear en las
entrepiernas de todos los hombres de la tropa. Treviño, entonces, esperó pacientemente
hasta llegar a Saltillo.
Inmediatamente después de que entraron en la ciudad se dio a la tarea de recorrer cuanto
burdel existía y conquistar a todas las prostitutas de cada lugar valiéndose de no sé cuántas
artes. Pero la principal era que Treviño las trataba como damas, las hacía sentirse como
reinas. Era con ellas muy educado y galante, mientras les hacía el amor les recitaba versos y
poemas. No había una que no cayera en sus redes y no estuviera dispuesta a trabajar para la
causa revolucionaria.
De esta manera, no se tardó más de tres días en dar con el traidor y ponerle una trampa
en complicidad con sus amigas las putas. El traidor entró a un cuarto del lenocinio con una
rubia oxigenada llamada «La Ronca». Tras la puerta lo esperaba Treviño. Éste de una patada
cerró la puerta y haciendo gala de una violencia nunca vista mató a golpes al traidor. Ya sin
vida le cortó los testículos con un cuchillo.
Cuando Gertrudis le preguntó por qué lo habla matado con tanta saña y no simplemente
de un balazo, él respondió que había sido un acto de venganza. Hacía tiempo un hombre que
tenía en la entrepierna un lunar rojo en forma de araña había violado a su madre y a su
hermana. Esta última se lo había confesado antes de morir. De esta manera quedaba lavado
el honor de su familia. Ése fue el único gesto salvaje que Treviño tuvo en la vida, de ahí en
fuera era la persona más fina y elegante hasta para matar. Siempre lo hizo con gran
pundonor. A partir de la captura del espía, a Treviño le quedó la fama de mujeriego
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