Como agua para chocolate
Laura Esquivel
para alimentar a la tropa. Entonces Gertrudis, con su gran práctica en el campo de batalla
midió estratégicamente el tiempo que Pedro tardaría en cruzar por el umbral de la puerta
para, en ese precisó instante, dispararle las palabras:
-... Y creo que entonces sería bueno que Pedro se enterara de que esperas un hijo suyo.
¡Con gran éxito dio en el blanco! Pedro, fulminado, dejó caer el costal al suelo. Se moría de
amor por Tita. Ésta giró asustada y descubrió a Pedro que la miraba emocionado hasta las
lágrimas.
-¡Pedro, qué casualidad que llega! Mi hermana tiene algo que decirle, ¿por qué no van a la
huerta a platicar, mientras yo termino el almíbar?
Tita no sabía si recriminarle o agradecerle a Gertrudis su intervención. Más tarde hablaría
con ella, pero ahora no le quedaba otra que hacer lo propio con Pedro. En silencio, Tita le dio
a Gertrudis la vasija que tenía en las manos donde había empezado a preparar el almíbar,
sacó del cajón de la mesa un arrugado papel con la receta escrita en él y se lo dejó a
Gertrudis por si acaso lo necesitaba. Salió de la cocina, seguida por Pedro.
¡Claro, Gertrudis necesitaba de la receta, sin ella sería incapaz de hacer nada! Con
cuidado empezó a leerla y a tratar de seguirla: Se bate una clara de huevo en medio cuartillo
de agua para cada dos libras de azúcar o piloncillo, dos claras de huevo en un cuartillo de
agua para cinco libras de azúcar y en la misma proporción para mayor o menor cantidad. Se
hace hervir el almíbar hasta que suba tres veces, calmando el hervor con un poco de agua
fría, que se echará cada vez que suba. Se aparta entonces del fuego, se deja reposar y se
espuma; se le agrega después otra poca de agua junto con un trozo de cáscara de naranja,
anís y clavo al gusto y se deja hervir. Se espuma otra vez y cuando ha alcanzado el grado de
cocimiento llamado de bola, se cuela en un tamiz o en un lienzo tupido sobre un bastidor.
Gertrudis leía la receta como si leyera jeroglíficos. No entendía a cuánta azúcar se refería al
decir cinco libras, ni qué era un cuartillo de agua y mucho menos cuál era el punto de bola.
¡La que estaba verdaderamente hecha bolas era ella! Salió al patio a pedirle a Chencha su
ayuda.
Chencha estaba terminando de repartir frijoles a correligionarios de la quinta mesa del
desayuno. Ésta era la última que tenía que servir, pero en cuanto terminara de dar de comer
a esta mesa, ya tenía que poner la próxima, para que los revolucionarios que habían ingerido
sus sagrados alimentos en la primera mesa del desayuno pasaran a comer, y así
sucesivamente, hasta las 10 de la noche en que terminaba de servir la última mesa de la
cena. Por lo que era claramente comprensible que estuviera de lo más violenta e irritable
contra todo aquel que se acercara a pedirle que hiciera un trabajo extra. Gertrudis no era la
excepción por muy generala que fuera. Chencha se negó terminantemente a proporcionarle
su ayuda. Ella no formaba parte de su tropa, ni tenía por qué obedecerla ciegamente como lo
hacían todos los hombres bajo su mando.
Gertrudis estuvo entonces tentada a recurrir a su hermana, pero su sentido común se lo
impidió. No podía interrumpir de ninguna manera a Tita y a Pedro en estos momentos. Tal
vez los más decisivos de sus vidas.
Mita caminaba lentamente entre los árboles frutales de la huerta, el olor a azahar se
confundía con el aroma a jazmines, característico de su cuerpo. Pedro, a su lado, la llevaba
del brazo con infinita ternura.
-¿Por qué no me lo había dicho?
-Porque primero quería t omar una determinación.
-¿Y ya la tiene?
-No.
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