COMO AGUA PARA CHOCOLATE | Page 37

Como agua para chocolate Laura Esquivel -Sí, tiene razón. Pero no 'se preocupe, nadie va a matarla, ni a faltarle al respeto, ¡faltaba más! Una mujer así de valiente siempre tendrá mi admiración. Y dirigiéndose a sus soldados dijo: -Nadie va a entrar a esta casa, vean qué más pueden encontrar aquí y vámonos. Lo que descubrieron fue el gran palomar que formaba todo el techo de dos aguas de la enorme casa. Para llegar a él se tenía que trepar una escalera de siete metros de altura. Subieron tres rebeldes y se quedaron pasmados un buen rato antes de poder moverse. Imponían el tamaño, la obscuridad y el canturreo de las palomas ahí reunidas que entraban y saltan por pequeñas ventanas laterales. Cerraron la puerta y las ventanas para que ninguna pudiera escapar y se dedicaron a atrapar pichones y palomas. Juntaron tal cantidad que pudieron alimentar a todo el batallón por una semana. Antes de retirarse, el capitán recorrió a caballo el patio trasero, inhaló profundamente el indeleble olor a rosas que aún permanecía en ese lugar. Cerró los ojos y así permaneció un buen rato. Regresando al lado de Mamá Elena le preguntó: -Tengo entendido que tiene tres hijas, ¿dónde están? -La mayor y la menor viven en Estados Unidos, la otra murió. La noticia pareció conmover al capitán. Con voz apenas perceptible respondió: -Es una lástima, una verdadera lástima. Se despidió de Mamá Elena con una reverencia. Se fueron tranquilamente, tal y como vinieron y Mamá Elena quedó muy desconcertada ante la actitud que hablan tenido para con ella; no correspondía a la de los matones desalmados que esperaba. Desde ese día prefirió no opinar sobre los revolucionarios. De lo que nunca se enteró es de que ese era el mismo Juan Alejandrez que meses antes se habla llevado a su hija Gertrudis. Estaban a mano, pues el capitán también ignoró que en la parte trasera de la casa Mamá Elena tenía, enterradas en ceniza, una gran cantidad de gallinas. Habían logrado matar a veinte antes de que ellos llegaran. Las gallinas se rellenan con granos de trigo o avena y con todo y plumas se meten dentro de una olla de barro barnizado. Con un lienzo se tapa bien la olla y de esta manera se puede conservar la carne en buen estado por más de una semana. Ésta era una práctica común en el rancho desde tiempos remotos, cuando tenían que conservar los animales después de una cacería. Al salir de su escondite, lo primero que Tita extrañó fue el canturreo constante de las palomas, el cual, desde que nació, formaba parte de su cotidianidad. Este súbito silencio hizo que sintiera de golpe la soledad. Fue en ese momento cuando más sintió la partida de Pedro, Rosaura y Roberto del rancho. Subió rápidamente los peldaños de la enorme escalera que terminaba en el palomar y lo único que encontró fue la alfombra de plumas y la suciedad característica del lugar. El viento se colaba por la puerta abierta y levantaba algunas plumas que caían sobre una alfombra de silencio. De pronto escuchó un leve sonido: un pequeño pichón recién nacido se había salvado de la masacre. Tita lo tomó y se dispuso a bajar, pero antes se detuvo a mirar por un momento la polvareda que los caballos de los soldados habían dejado en su partida. Se preguntaba extrañada el porqué no le habían hecho ningún daño a su madre. Mientras estaba en su escondite rezaba por que nada malo le pasara a Mamá Elena, pero inconscientemente tenia la esperanza de que al salir la encontraría muerta. Avergonzada de tales pensamientos metió al pichón entre sus pechos para tener las manos libres y poder agarrarse bien de la peligrosa escalera. Luego bajó del palomar. Desde ese día su mayor preocupación era la de alimentar al escuálido pichón. Sólo de esta manera la vida tenia cierto sentido. No se comparaba con la plenitud que proporciona el amamantar a un ser humano, pero de alguna manera se le parecía. 37