Como agua para chocolate
Laura Esquivel
acarrear hambre y muerte por doquier. Pero en esos momentos parecía que todos trataban
de olvidar que en el pueblo había muchos balazos.
La única que no perdió la compostura fue Mamá Elena, que estaba muy ocupada en
buscar una solución a su resquemor, y aprovechando un momento en que Tita estaba lo
suficientemente cerca como para no perder una sola de las palabras que ella pronunciara, le
comentó al padre Ignacio en voz alta:
-Por cómo se están presentando las cosas padre, me preocupa que un día mi hija Rosaura
necesite un médico y no lo podamos traer, como el día en que dio a luz. Creo que lo más
conveniente sería que en cuanto tenga más fuerzas se vaya junto con su esposo y su hijito a
vivir a San Antonio, Texas, con mi primo. Ahí tendrá mejor atención médica.
-Yo no opino lo mismo doña Elena, precisamente por cómo está la situación política, usted
necesita de un hombre en casa que la defienda.
-Nunca lo he necesitado para nada, sola he podido con el rancho y con mis hijas. Los
hombres no son tan importantes para vivir padre -recalcó-. Ni la revolución es tan peligrosa
como la pintan, ¡peor es el chile y el agua lejos!
-¡No, pues eso sí! -respondió riéndose-. ¡Ah, qué doña Elena! Siempre tan ocurrente. Y,
dígame, ¿ya pensó dónde trabajaría Pedro en San Antonio?
-Puede entrar a trabajar como contador en la compañía de mi primo, no tendrá problema,
pues habla inglés a la perfección.
Las palabras que Tita escuchó resonaron como cañonazos dentro de su cerebro. No podía
permitir que esto pasara. No era posible que ahora le quitaran al niño. Tenía que impedirlo a
como diera lugar. Por lo pronto, Mamá Elena logró arruinarle la fiesta. La primera fiesta que
gozaba en su vida.
Continuará...
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Chorizo norteño
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