Como agua para chocolate
Laura Esquivel
Desde que se fijó la boda para el 12 de enero se mandaron comprar doscientos pollos a los
que se les practicó la operación y se pusieron a engordar de inmediato.
Las encargadas de esta labor fueron Tita y Nacha. Nacha por su experiencia y Tita como
castigo por no haber querido estar presente el día en que fueron a pedir la mano de su
hermana Rosaura, pretextando una jaqueca.
-No voy a permitir tus desmandadas -le dijo Mamá Elena-, ni voy a permitir que le
arruines a tu hermana su boda, con tu actitud de víctima. Desde ahora te vas a encargar de
los preparativos para el banquete y cuidadito que yo te vea una mala cara o una lágrima,
¿oíste?
Tita trataba de no olvidar esta advertencia mientras se disponía a iniciar la primera
operación. La capada consiste en hacer una incisión en la parte que cubre los testículos del
pollo: se mete el dedo para buscarlos y se arrancan. Luego de ejecutado, se cose la herida y
se frota con mantequilla fresca o con enjundia de aves. Tita estuvo a punto de perder el
sentido, cuando metió el dedo y jaló los testículos del primer pollo. Sus manos temblaban,
sudaba copiosamente y el estómago le giraba como un papalote en vuelo. Mamá Elena le
lanzó una mirada taladrante y le dijo:
«¿Qué te pasa? ¿Por qué tiemblas, vamos a empezar con problemas?» Tita levantó la vista y
la miró. Tenía ganas de gritarle que sí, que había problemas, se había elegido mal al sujeto
apropiado para capar, la adecuada era ella, de esta manera habría al menos una justificación
real para que le estuviera negado el matrimonio y Rosaura tomara su lugar al lado del
hombre que ella amaba. Mamá Elena, leyéndole la mirada, enfureció y le propinó a Tita una
bofetada fenomenal que la hizo rodar por el suelo, junto con el pollo, que pereció por la mala
operación.
Tita batía y batía con frenesí, como queriendo terminar de una vez por todas con el
martirio. Sólo tenía que batir dos huevos más y la masa para el pastel quedaría lista. Era lo
único que faltaba, todo lo demás, incluyendo los platillos para una comida de 20 platos y los
bocadillos de entrada, estaban listos para el banquete. En la cocina sólo quedaban Tita,
Nacha y Mamá Elena. Chencha, Gertrudis y Rosaura estaban dando los últimos toques al
vestido de novia. Nacha, con un gran alivio, tomó el penúltimo huevo para partirlo. Tita, con
un grito, impidió que lo hiciera.
-¡No!
Suspendió la batida y tomó el huevo entre sus manos. Claramente escuchaba piar a un
pollo dentro del cascarón. Acercó el huevo a su oído y escuchó con más fuerza los pillidos.
Mamá Elena suspendió su labor y con voz autoritaria preguntó:
-¿Qué pasa? ¿Qué fue ese grito?
-¡Es que dentro de este huevo hay un pollo! Nacha de seguro no lo puede oír, pero yo sí.
-¿Un pollo? ¿Está loca? ¡Nunca ha pasado algo parecido con los huevos en conserva!
De dos zancadas, llegó hasta donde estaba Tita, le arrebató el huevo de las manos y lo
partió. Tita cerró los ojos con fuerza.
-¡Abre los ojos y mira tu pollo!
Tita abrió los ojos lentamente. Con sorpresa vio que lo que creía un pollo no era más que
un huevo y bastante fresco, por cierto.
-Escúchame bien Tita, me estás colmando la paciencia, no te voy a permitir que empieces
con locuras. ¡Esta es la primera y la última! i0 te aseguro que te arrepentirás!
Tita nunca pudo explicar qué fue lo que pasó esa noche, si lo que escuchó fue producto
del cansancio o una alucinación de su mente. Por lo pronto lo más conveniente era volver a
la batida, no quería investigar cuál era el limite de la paciencia de su madre.
Cuando se baten los dos últimos huevos, se incorpora la ralladura del limón; una vez ha
espesado bastante la masa, se deja de batir y se le pone la harina tamizada, mezclándola
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