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de conseguir un propósito o cumplir una misión, y es que la motivación es precisamente eso: una fuerza interna que nos invita a movilizarnos, a cambiar de lugar y a accionar para el futuro.

Es la motivación la que ha dejado un legado en el mundo, la que ha dado vida a grandes escritores y científicos, a las personas que fueron capaces de tomar decisiones y acciones con empeño y dedicación para lograr eso que tanto anhelaban.

Y todo suena muy bonito pero la motivación no es suficiente. La motivación por sí sola no sirve de nada. Es igual que cuando enciendes un carro, das el arranque pero si no aceleras constantemente, este quedará estancado.

La motivación es el arranque, es lo que pone en movimiento las acciones pero si no mantienes la constante, esta dejará de andar y decaerá en el tiempo.

"Establecer objetivos claros, medibles y alcanzables en el tiempo"

La constancia en este caso es la disciplina. Motivación y disciplina son el matrimonio perfecto para alcanzar esa autorrealización en la escala de necesidades. La motivación nos levanta de la silla, pero la disciplina mantiene el ritmo.

El ejemplo más común de disciplina y motivación se ve en los deportistas de alto rendimiento: un atleta, un nadador o fisiculturista, quienes siguen un ideal y trabajan por fortalecer y mejorar sus habilidades a través del esfuerzo-recompensa.

Todo esto va de la mano con establecer objetivos claros, medibles y alcanzables en el tiempo, pero más allá de definirlos claramente, deben ser ejecutados. Covey, McChesney, Huling y Miralles (2013) proponen en su libro Las cuatro disciplinas de la ejecución una metodología para lograr metas crucialmente importantes que, si bien están orientadas al mundo organizacional, sus postulados pueden adaptarse a otras situaciones de la vida.

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