Colección Jera Romance - Extractos Los moteros del MidWay, 2_Muestra | Page 7

—¡Y que sepa que si usted no me responde, ahora mismo me pondré a abrir cada puerta de esta planta hasta dar con mi hijo y alguien que me explique lo que está pasando. Así que le recomiendo que empiece hablar ya mismo! —¡Y lo mismo le digo yo! —intervino el hombre de una pareja de ancianos que llevaba horas esperando que le dejaran ver a su nieta. Y así se sucedió una queja tras otra hasta que la enfermera, resignada, tomó el auricular. Cuando colgó, miró a los padres de Conor muy seria. —Están con él en este momento. Lo están atendiendo, señora. Me han dicho que su hijo estaba consciente cuando lo trajeron. Lo lamento mucho, no he podido averiguar nada más. Para Susan aquellas palabras fueron el oxígeno que la devolvió a la vida. Se llevó las manos al pecho dándole gracias a Dios por esas mínimas noticias y muy pronto, las primeras lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Owen la estrechó con fuerza. —Tranquila, tranquila —le dijo al oído—. Tu hijo es fuerte, ya verás como todo sale bien… En aquel momento, el móvil de Owen empezó a sonar. La primera de muchas llamadas que recibiría en las próximas horas cuando la noticia del accidente empezara a circular entre amigos y familiares. Él miró la pantalla del móvil y luego a su esposa. —Es el jefe de Conor, cariño… —anunció, y se apartó a un rincón menos concurrido para poder hablar con tranquilidad. Casa de Dylan Mitchell. Cala Morell. Ciudadela, Menorca. “No quiero hablar del tema y tampoco quiero que vayas a mi casa”. Claro, cómo no. “Y de paso, si cae un rayo y te parte al medio, mejor. Así me ahorro el trabajo de hacerlo yo”. Andy no lo había dicho, pero de que lo pensaba, Dylan estaba totalmente seguro. Apretó los dientes en torno al filtro del cigarrillo, lo encendió y exhaló el humo de golpe. Que ella tenía su genio no era ninguna novedad, pero le estaba costando encajar su reacción. Dejó el cigarrillo en el cenicero y añadió el tomate picado finamente a la sartén. Tras la no-discusión con su chica (¿o ya era ex chica por decisión unilateral?), se había puesto a desembalar las cajas de la mudanza que quedaban. Y dado que al terminar estaba tan cabreado como antes de empezar, se había refugiado en su santuario personal, a ver si el aroma de las especias obraba el milagro de siempre. Pero, de momento, tampoco estaba funcionando. Su mente seguía erre que erre martilleando el mismo clavo. Y lo peor, su enfado crecía con la misma insistencia. ¿Quién reaccionaba de esa forma? De pronto, había tenido la sensación de estar lidiando con una adolescente consentida y marcharse le había resultado casi una necesidad. 7