Colección Jera Romance - Extractos Los moteros del MidWay, 2_Muestra | Page 3
Episodio 1
Lunes 4 de enero 2010, por la tarde.
En un gimnasio.
Ciudadela, Menorca.
Cuando el móvil empezó a sonar, Andy lo miró con furia contenida. Si sus ojos pudieran
emitir rayos, el bonito dispositivo que le había regalado su novio, habría quedado reducido a
partículas en un instante.
Desde que el dueño del regalo se había marchado, la rabia de Andy tenía un segundo
objetivo del que ocuparse. Si la intromisión de su tío y descubrir por accidente que los dos le
habían mentido había empezado a calentarle la sangre, la facilidad con que Dylan se había
retirado con aquel “como quieras”, le había puesto la guinda al pastel. ¿Quién reaccionaba
de esa forma ante una monumental metedura de pata? Sólo se le ocurrían dos alternativas y
ninguna de las dos eran buenas. O alguien muy culpable, o alguien que se cree demasiado
hombre para que su novia veinteañera pretenda ponerle los puntos sobre las íes.
Descubrir que la llamada no era de Dylan no hizo sino revolverla aún más.
La muchacha exhaló un suspiro, se quitó los guantes de entrenamiento y tomó el móvil
que había dejado en el suelo, junto a su toalla.
—Chica, ya estaba a punto de colgar… —oyó que Tina le decía.
—Sí, disculpa… —repuso Andy al tiempo que se sentaba en el suelo—. Es que estaba
entrenando y no lo oía sonar…
—Bueno, cuéntame cuáles son esas noticias que decías en tu mensaje.
Andy dobló la rodilla y apoyó el codo en ella mientras sostenía la cabeza sobre la
palma de la mano. Se restregó el cabello como si esa acción instintiva tuviera el poder de
clarificarle las ideas. No sabía qué responder. Estaba allí, aporreando una bolsa de arena, en
un intento de rebajar su enfado a niveles tolerables para poder regresar a casa sin alarmar a su
madre, y lo último que le apetecía era reflotar la rabia hablando de lo sucedido unas horas
antes. Pero le había dejado a Tina el bendito mensaje y no podía dar la callada por respuesta.
—Eran buenas, ya no tanto —dijo la muchacha.
—¿Cómo es eso?
Andy respiró hondo procurando no volver a perder los nervios.
—Cuando te llamé acababa de salir de casa de mi tío —empezó a relatar—. Fui a
decirle que no pensaba seguir en Sa Badia para darle tiempo a buscar un sustituto. No le
hablé de mi proyecto, por supuesto, y estaba muy contenta porque él se lo había tomado tan
bien… Pero resulta que sólo me estaba haciendo la pelota. En cuanto me marché, fue volando
a casa de Dylan y se encaró con él.
—¿Cómo dices? ¿Que hizo qué?
—¡Se encaró con él, como lo oyes, sí! Lo acusó de que la idea de dejar el restaurante
era cosa suya y no mía. ¡Imagínate qué cara más dura!
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