Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 39

por Santiago González Cragnolino Los anarquistas mexicanos y el inventor japonés El primer día de FICUNAM empezó con el acto de inauguración en el Palacio de la Antigua Escuela de Medicina, en el centro de la ciudad, un edificio antiguo de la época colonial, bien conservado, que puede investir de una falsa importancia a estos actos por lo general carentes de interés a menos que uno sea un funcionario que quiere figurar. Para ser justo, en varios directivos de la Universidad Autónoma de México (UNAM) se adivinaba una cuota de sinceridad al referirse a la importancia del cine y del festival como vía de expresión cultural. No fue el caso de, por ejemplo, el Director General del Metro, que presentó un concurso de cortometrajes rodados en el metro, en el que el ganador era la persona con más (en las palabras del Director General) “likes” o “me gusta” en las redes sociales. Este señor anunciaba a los ganadores como presentador de reality show mientras el público extendía un corto manto de piedad a los pobres pibes que subían al escenario, en la forma de escasos aplausos desperdigados por el auditorio. Ganó la mínima solidaridad que requiere aplaudir, y está bien. Sin embargo parece que todo el mundo se dio cuenta que se había montado una pequeña farsa en medio del acto. A continuación, desfilaron por el estrado un par de muñecos de torta con un discurso veladamente neoliberal, sin nunca olvidar de agradecer a los llamados socios del festival, los sponsors privados. Finalmente le tocó hablar al rector de la UNAM, un tipo que es, por lo que me cuentan mis amigos locales, una figura intelectual y política importante y respetable. No bien saludó, un pequeño grupo de adolescentes, sentados dos filas atrás mío, autodefinidos como anarquistas, extendió una bandera y empezó a gritarle cosas (“represor”, “asesino”). Fueron a protestar por el encarcelamiento de uno de sus compañeros, Mario López Tripa. El grupo de jóvenes anarquistas sostuvo su protesta gritando sus consignas y difamando al rector durante la totalidad de su discurso. El hombre se pasó un cuarto de hora pidiendo poder continuar con su discurso y utilizó los últimos dos o tres minutos para hablar de cómo en la UNAM se permiten todo tipo de discursos, incluso aquellos que están violentamente opuestos a sus dirigentes, y realizó un breve alegato a favor de la democracia y la libertad de expresión. A eso lo siguió una mini-ovación y si bien la platea, compuesta en gran parte por gente de la universidad y del festival, era parcial al rector, el tipo quedó como un caballero. Sin entender mucho lo que sucedía, traté de averiguar lo que pude con respecto a estas figuras pero una idea se mantuvo por mucho tiempo y versaba sobre la falta de inteligencia política de estos jóvenes anarquistas, por justo que sea su reclamo y más allá de disentir con sus formas. Digamos que después de la pequeña revuelta no parece que López Tripa esté mucho más cerca de obtener su libertad. La última imagen que me queda del episodio es la de salir del recinto y ver cómo todas las cámaras se iban inmediatamente con los anarquistas, lo que no sería nada menor para uno de los invitados ilustres del festival. Pero eso más adelante. Luego de esta pequeña dosis de realidad política mexicana, nos desplazamos a la adyacente Plaza de Santo Domingo donde se proyectó El viento se eleva de Hayao Miyazaki. La función fue al aire libre así que no eran las mejores condiciones para ver la película: todo el mundo estaba parado porque no se podía alcanzar a ver bien la pantalla de otro modo. Cuando la gente comenzó a convencerse de que había que sentarse, cundió el entusiasmo. Sin embargo la parte más cercana a la platea de sillas no se sentaba, a pesar de los pedidos o insultos dirigidos hacia ellos por la masa sentada. Finalmente ganó la élite de pie, inconmovible ante las protestas: poco a poco los sentados comenzaron a imitar a los parados, hasta que no quedó otro remedio que hacer lo mismo. “Otra derrota para las utopías colectivas”, pensé. Me olvidé de todos los malestares al tiempo que comenzaban a moverse en la pantalla los dibujos inconfundibles de Miyazaki. El viento se eleva muestra 30 años de la vida de Jiro Horikoshi, ingeniero aeronáutico japonés. Comienza en su niñez y muestra la fascinación de Jiro por los aviones y la posibilidad de surcar los cielos. Horikoshi fue el inventor de los Zero, el avión de caza que Japón utilizó en la Segunda Guerra y Miyazaki deja asentado el efecto terrible de las máquinas de guerra. La película no acusa al personaje y se enfoca más bien en la obsesión de Jiro con conseguir plasmar en el mundo físico los diseños que se le presentan entre sueños. En la película hay una continuidad total entre el mundo onírico y el mundo real y vemos que Jiro se desplaza entre ellos como si fueran el mismo. La película establece una realidad maravillosa donde la plasticidad extrema que tienen los objetos que aparecen en pantalla (desde los rostros a los edificios) sugiere infinitos mundos posibles y la capacidad que tienen las personas de