Lincoln es, paradójicamente, una de las figuras más admiradas por los estadounidenses y una de las más desconocidas: una de las razones que tuvo
Day-Lewis para justificar sus dudas ante la oferta del director Spielberg. Su rostro ha quedado "congelado" en estatuas de mármol o en las monedas y no existen registros de su voz, por ejemplo, ni de su manera de moverse. "Tenía todo por aprender… unas pocas imágenes, unas líneas de su discurso inaugural y otras de la alocución de Gettysburg eran todo mi conocimiento de la vida del hombre", señaló Day-Lewis en una entrevista durante la promoción de la película. Tenía, además, el peso de crear una "reputación del mayor presidente que este país (Estados Unidos) jamás ha conocido" según expresó para millones de potenciales espectadores del cine comercial. Dice que le llevó un año sentirse cómodo con el personaje. Su resultado fue un Lincoln "más humano", según los críticos, intenso a la vez que con matices, de voz quebrada tal como la describen los reportes de la época y lejos de la que se imagina en un orador de su talla. Una interpretación que fue calificada de "maravilla del cine moderno" por "The New York Times". Parecía que el Oscar estaba a un paso: los pronósticos lo dieron como favorito por amplio margen sobre Bradley Cooper, que hace de enfermo mental en "Silver Linings Playbook"; sobre Denzel Washington y su piloto de aviones alcohólico en "Flight" o el vagabundo
veterano del guerra que Joaquín Phoenix compuso en "The Master", y sobre Hugh Jackman y su Jean Valjean en la versión cinematográfica del musical "Los Miserables."
El "método"
La razón de estas conductas hay que buscarla en la rutina de trabajo por la que Day-Lewis es conocido: como "actor de método" –una tendencia inspirada por Constantin Stanislavski y formalizada por Lee Strasberg en los años ’40-, el británico pasa por un proceso de inmersión completa en el papel que le toca, para apropiarse de emociones y pensamientos y mirar el mundo desde la perspectiva del personaje, tanto como sea posible. Aunque a él lo incomoda hablar de sus técnicas, desde los rodajes llegan anécdotas que lo pintan de cuerpo entero: en "Lincoln" mantuvo la voz creada para el expresidente entre toma y toma y pidió a los británicos del equipo que no le
hablaran, para no tentarse de recuperar su propio acento. Para "Petróleo sangriento" (2007), donde encarnó a un ambicioso magnate petrolero, Day-Lewis evitó todo contacto con su compañero de elenco, Paul Dano: en la ficción eran enemigos acérrimos y no quería que la familiaridad entre colegas arruinara la construcción de la historia, según contó Dano en entrevistas. Y hubo casos más extremos: en 1989, para "Mi pie izquierdo", se negó a abandonar su silla de ruedas por semanas y pedía que lo empujaran y lo alimentaran en la boca, en un intento por construir al escritor cuadrapléjico Christy Brown; luego, en "El nombre del padre" (1993) se quedó sin dormir tres noches seguidas para la escena del brutal interrogatorio de un hombre falsamente acusado de terrorismo. Estas técnicas le han servido para ganarse el respeto y la admiración: no se cuestiona su estatus de ícono entre los actores, mientras que quienes lo dirigen destacan que su rigor y su dedicación hacen casi innecesario el ensayo. Aunque también lo han hecho objeto de críticas, acusado de pretencioso y demasiado excéntrico. Muchos recuerdan el que fuera tal vez el traspié público más notorio en la carrera del británico: cuando interrumpió una función de "Hamlet" en el Teatro Nacional de Londres, bajándose del escenario y estallando en llanto tras bambalinas, entre rumores de que, concentrado en su papel, realmente había llegado a ver al fantasma de su propio padre muerto, con quien no había tenido una relación fácil. Day-Lewis reconoció luego que "probablemente veía al fantasma de mi padre cada noche" y que meterse en la piel del Príncipe de Dinamarca había removido su interior a partir de que "exploras todo desde tu propia experiencia". Nunca volvió a hacer 'Hamlet'. Tampoco volvió jamás a hacer teatro. Pero el flamante ganador del premio de la Academia defiende la actuación de método, no sólo porque le haya dado fama y honores: es, dice, la única forma en la que entiende su trabajo. "Componer un personaje siempre es un largo proceso que implica crear un mundo para mí mismo y para las otras vidas que se expresan en ese mundo. Ahí es donde está el placer del actor: lo que se me haría extraño sería entrar y salir de ese mundo que he creado. ¿Por qué salirme, si ahí es donde quiero estar?", reveló el actor ante BBC Mundo en la entrega del Globo de Oro. Recientemente, lo puso en términos más sencillos: "Sólo voy al rodaje a probar y a trabajar." Lo que queda es su cine: el que le ha dado tres Oscar y un reconocimiento por el que está, dice, "silenciosamente, suavemente asombrado.
11