Número 8, Año 3
Entonces llorarás, llorarás tanto que quizás mueras antes de saber por
qué llorabas. Te fragmentarás en todas esas imágenes que utilizas para
(re)presentarte ante nosotros, el resto. Verás que no eres más que un
montón de ideas apilonadas, vacías de contenido y rígidas en su forma.
Quizás la muerte te perdone. Si acaso ocurriera, la vida sería real, sería
plena. Dejarías de pensar en ese mantelito a croché que nunca termi-
naste para aventurarte a las calles, desnuda y gorda, sin dietas de lunes
ni yogures al natural. Y antes de dejar la casa, sin barrer y con los platos
sucios, partirás el peine a la mitad con la furia que un símbolo obsoleto
exige antes de desaparecer.
Vendrías sudorosa a los antros en los que me escondo, buscando el he-
dor del humo que me rodea. Escaparías, por fin escaparías, de esa sonri-
sa comprometida de dientes de cristal y enjuagues de mental-mentol. Tu
aliento sería puro, como ese hedor del humo que me rodea.
Como quisiera, amigo mío, que te vieras desnuda ante mí. Que me
vieses desnudo ante ti. Que engulleses mi falta de decencia y entend-
ieras que lo único inmoral es pensar con la moralidad de los tiempos
negros, de los tiempos censurados, en los que esa enorme poronga llena
de pelos ensuciaba nuestros cuerpos flácidos.
Pero es inútil.
Me he rasgado las vestiduras, retirado a mis aposentos, ¡he caminado
errante! He roto mis uñas en la última esperanza de que tu muro de
consistente, aunque aparente, normalidad sintiera la brecha por donde
entra la luz.
nsado de chubasquear