Chubasco en Primavera
Porque hoy afilo mi lápiz, y estoy dispuesta a ametrallarte el cerebro con
él. A arrancarte esos ojos ciegos que no ven nada más que los eternos
constructos no consensuados impuestos por sujetos sujetados a una
masa blanda, babosa, mediocre.
Porque de mi grito se desprende un vómito verde, caliente y furioso,
que pretende, con toda su efervescencia, inundar tu pequeño receptá-
culo óseo para que, al fin, contenga algo vivo. Un poco de ferocidad en
tus raíces, en tu carozo último, que me libere de la absurda sensación de
tener que decirte algo, mostrarte algo que ilumine tu presencia y diluya
lo tedioso de tus verbos sin hilo.
Porque si finalmente un día llegaras, con los pelos dentro del cráneo,
los brazos llenos de sarna y el estómago hinchado de gases; si llegases y
me miraras como espero que me mires, como un animal putrefacto que
ruge a lo pétreo de la rutina que lo ahorca. Entonces, recién entonces,
podríamos fundirnos en un abrazo de amor de vísceras, de aceptación
profunda, que derrumbe todos los parámetros que miden tus palabras,
al pasar por tu tráquea, en camino hacia mí.
Por todos estos motivos, absurdos pero vivos, te escribo.
Para que las esdrújulas en las que sucumbe tu imaginación sean la fuen-
te de la rabia, el odio y el ego que haga renacer aquello que un día un
humano puso en ti. Recuerda, como puedas, como rasgaste la vagina de
tu vieja, la misma que los decentes que te destrozaron el espíritu llama-
ron canal-de-parto para esterilizar tu nacimiento; con ese pulcro punto
final que condena todo anhelo de libertad.
El chubasco está can