Ella es una de las diosas mas invocadas en está modernidad globalizada sobre
carteleras. Sus ropas han sido ultrajadas por todos los bandos, ostentando las luces
de la purificación en la carrera publicitaria; su cuerpo, momificado en el entretejido
temporal de la jurisprudente, letra de doctos y terratenientes, ostentadores de algún
poder marcial; delirante y esotérico. Hablar de la libertad en estos tiempos, pareciera
una banalidad de superpotencias rescatistas, cercando el cementerio marino, lejos del
sagrado cantar de un Paul Valery.
La libertad es un problema. Quizás, uno de los sustantivos más problemáticos en el
terreno filosófico. Al pensarla, nadie sabe donde ubicarla. ¿Derivación política del
contrato social? ¿Condición primera de toda Sustancia, entrando en artificiosas
contradicciones silogísticas con la necesaria necesidad, nunca librada? Quizás
sustanciarla sea un error hasta económico. Tal vez, conlleve por su propia
condición, un meditar de vuelo ligero, simple, no tan pesado como los dogmas de
la razón, muchas veces carceleros del sentir sentido, en prerrogativas utilitarias. Para
algo tiene que servir, sino, descartarla.
Tampoco falta la posibilidad de que ella no exista, y como gran impedimento de lo
real, los poetas hayan insistido en transitar un oscuro sendero para otorgarle
existencia; o quizás, algún sagrado sentido a esta última, tan cerca de la nada.
Pero la libertad nos acusa, o al menos, algo en ella nos llama en lo cotidiano. Ya que
en este habitar de una tierra colapsada de mundo, el dominio técnico de la tierra
bajo la uniformidad organizada, por donde crece el desierto diría Nietzsche, poco
queda sobre alguna moral que more junto, entre, ese dejar ser. Un ser que ya poco
se extraña, aunque parezca extraño, dentro de las coordenadas normativas con las
que sujetos intentan sujetar, apresar, bajo la nomenclatura catastral del mundo, todo
aquello que brote, como la primavera, lejos del utópico control de todos los entes. Ya
las aves sufren el destierro en su cantar.
Este número, lejos de alguna matemática perimetral, ha sido concebido no fuera de
sus condiciones fallidas, en el juego irredento de sus propias imposibilidades. Sobre
estas incertidumbres, bordeadas en el contemplativo silencio de un mundo tecnicolor
cada día más hostil, nos damos tarea y encuentro, en el gustoso despertar de la labor
creativa, de un decir que abra camino en la espesura estética.
A todo ello, no dejamos de agradecer el considerable aporte de los colaboradores, que
hemos logrado reunir en esta obra, por su predisposición, amabilidad y confianza. Y
a usted, lector, por atreverse a navegar en estas aguas. Les deseamos un grato andar.
Leandro Turco