OLVIDO Y MUERTE
autor: Lucas Fiala
Una cachetada en las nalgas ensangrentadas bastó para despertar un llanto
que estrenaría su garganta diminuta. Su madre la llenó de besos a pesar de que
no estaba del todo limpia, y su padre más tarde lo repetiría. Un ser algo extraño
afinaba su instrumento en un desierto tan lejano como solo uno mismo puede
ser.
Ropa rosa. Una cuna rosa. Un colgante rosa. Algunas frazadas rosas. Días ente-
ros con la boca aferrada a los pezones de su madre cual sanguijuela láctea. Mo-
vimientos erráticos y torpes. Siestas aparentemente eternas repentinamente
interrumpidas por excreciones amarillentas y pastosas. Él sigue girando clavijas
en el desierto, tensando y soltando cuerdas mientras que acaricia la madera
curtida con manos suaves y sin huellas dactilares. Solo dos ausentes orificios
decoran su cabeza a modo de oídos, pero carece de rostro. Siente el eterno
galopar de los ínfimos granos de arena contra sus piernas.
El perro Toto parece simpatizar con ella. Sus padres se aseguran de presentar-
los mutuamente desde una temprana edad para que se conozcan. El sistema
motriz se fortalece y los movimientos se vuelven más precisos, nace el gateo
como medio de desplazamiento y se convierte en una araña rosa que revolotea
risueña entre los muebles. Aprende a reír con razón y a llorar con razón. Y el ser
antropomorfo de piel pálida prepara sus dedos y acaricia las cuerdas.
A veces pasa, que la primera nota es triste. Pues el perro le mordió la cara sin
previo aviso, clavándole los amarillentos dientes a lo largo de todo el rostro,
desde las mejillas hasta las orejitas. Sangre. Sangre por todos lados, pero el ser
sigue tocando mientras que marca un compás lento y angustiante con los pies
en la arena. Cuando la trajeron de vuelta a su casa con el rostro adolorido y
cosido, ya en proceso de cicatrización luego de ocho días en el hospital, Toto
no estaba más.
El instrumento seguía sonando, y la vida seguía corriendo a su propio ritmo.
Las cosas se movían alrededor suyo, y el ser solía tocar en pequeños lapsos de
tiempo aquel instrumento de tantas cuerdas como solo la mente puede tener.
A medida que la edad acaecía más cuerdas vibraban al unísono bañando su
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