tiempo había hecho mella en nuestros cuer-
pos. Saqué de mi bolso una botella de ron y
le ofrecí un par de tragos. Él me sonrió y me
dijo que le daba las gracias a la vida de que
todavía existiera alguien cercano a la familia
a quien le gustara el ron. A él le fascinaba el
ron, deliraba con el aroma de la melaza y las
ráfagas de la dulzura que embriagaba todos
sus sentidos. Después de varios tragos pro-
nunció las siguientes palabras que mancilla-
ron mi memoria hasta el día de hoy:
que el viejo lo leyera. Ella había pensado que
ese mensaje era como un abono que le ayu-
daría a preservar lo poco que le quedaba en
ese terreno devastado en que se había con-
vertido su memoria. El mensaje decía:
Ayer vino a visitarte tu hija y te trajo un poco de
ron para que saborearas un trago de tu pasado.
Cuídate mucho. Te quiero.
– ¿Sabe que yo tenía una hija que le gustaba
mucho el ron?
– Sí, yo conozco a su hija y ella me ha conta-
do mucho sobre usted y sobre su gusto por
el ron. Por eso estoy aquí con usted compar-
tiendo esta botella ron para que sienta el sa-
bor dulce de la vida y no sienta tan solo – dije
mirándolo a los ojos y sintiendo un poco de
dolor de ver como el olvido lo tenía encade-
nado a esta casa.
Al llegar al quinto trago, se quedó dormido y
le quité el vaso de la mano. Le peiné sus ca-
nas rebeldes y le di un beso en la frente. Al
día siguiente, la señora que lo cuidaba en-
contró un mensaje escrito con pintura labial
en el espejo que se encontraba en la sala y
le preguntó al viejo porqué él había escrito
ese mensaje tan extraño. Él respondió que
no había escrito nada y no se
acordaba nada de lo que había
pasado ayer, solo se acordaba de
haber bebido un poco de ron en
compañía de una mujer con per-
fume de melaza y con cabellos de
color azucarado. La señora estaba
a punto de borrar el mensaje, pero
algo dentro de ella le hizo hacer lo
contrario y dejó el mensaje escrito
en el espejo por varios meses para
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