-Los declaro marido y mujer.
Aplausos y el sobrino nieto con una versión arreglada de la marcha nupcial.
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Nadie creería que esta es una fiesta del casamiento de dos viejos. Nadie se da cuenta que
sumando las edades de las 50 personas invitadas se superan los 3 milenios, ni que gente de
esta edad puede bailar y gritar así. Los novios se miran y callados sonríen.
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Toda la plata se fue en la fiesta y en lo que viene, no hay para la luna de miel, así que ellos
saben que tienen que aprovechar esta noche, algunos dirían “Mientras todavía son jóve-
nes”, pero los recién casados saben que tienen tiempo para ser jóvenes y vienen planeando
hace tiempo esta noche para ser ellos.
Una suite del Sheraton, la gente sonríe cuando por la puerta entra una señora y un señor
de esa edad y caminan hacia el mostrador y sonríen cuando ellos se suben juntos al ascen-
sor, y el botones sonríe antes, durante y después de la propina. Son una pareja encantado-
ra.
Se cierra la puerta y ellos se desnudan lentamente. Ella le ayuda a sacarse el saco, él a ella
el vestido y los zapatos. Están enteramente desnudos, apagan las luces y cierran las persia-
nas. Oscuridad. Se recuestan, yacen el uno al lado del otro, agarrados de la mano, apretàn-
dose muchísimo. Lagrimean lo que no pueden decir, lo que ella no pensó en todo el día,
lo que él no explicitó. Él
-¿Puedo empezar yo? Tengo algo atravesado.
-Si mi amor, empezá.
-Era el único que sabía exactamente lo que quería mi hijo, y mi nieta nunca lo conoció. Se
hubiesen llevado tan bien, la hubiese malcriado tantísimo.
-Él fue el primer hombre con el que estuve, y todos eran tan brutos que por los comenta-
rios de mis amigas pensé que me iba a morir. Pero me trató tan bien, siempre buscó que
yo disfrutara de todo, del sexo y de la vida.
-Me acuerdo que una vez calmó a mi hijo con una frase. Él lloraba, estaba histérico. Solo
necesitó acercarse y decirle algo al oído, algo que nunca me dijeron. Se subieron y fueron
muy felices.
-Se daba cuenta de que era una mujer independiente y le gustaba. Nunca me criticó que
trabajara, nunca se atrevió siquiera a cuestionarlo.
-Extraño sus abrazos, pero más que nada como disfrutaba eso, como sonreía cuando lo
abrazaba, cuando nos besábamos, cuando me decía que me quería.
Los cuerpos desnudos ya están abrazados, así como las manos antes, sus cuerpos se estru-
jan y se hacen una parte. Sus palabras se van entrecortando por las contracciones del llanto
y sienten como el otro se retuerce y se acomodan, y se complementan. Como cuando se
conocieron y su marido había muerto y ella lo vio llorar y se abrazaron pero no hablaron.