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José Ramón Huerta Esto no es una oda al consumismo, sino una de las posibles formas de paliar la crisis. Cierto día de Septiembre de hace unos años, cuando gran parte de los mexicanos se empezaba a enterar de un amenazante colapso del sistema económico mundial por las noticias que llegaban desde Esta- dos Unidos, un próspero restaurantero de la Ciudad de México -quien por cierto, durante algún tiempo había sido directivo de instituciones bancarias- se quejaba de la pérdida de clientes debido a lo que ya calificaba en ese momento como “crisis”. Lo extraño del asunto era que sus mesas se empezaron a ocupar una a una, hasta que el local se llenó. Extrañado, le hice notar la contradicción entre su reproche y el aparente éxito del establecimiento. -Usted se está quejando antes de tiempo- le dije al empresario, quien mantenía la costumbre de mantenerse enterado sobre cómo había cerrado la bolsa de valores. -Quizá tenga lleno el restaurante- respon- dió-, pero no será por mucho tiempo. Me llamó la atención su conocimiento de la, llamémosle así, sociología de las crisis. Y sí, por desgracia su oscuro vaticinio resul- tó medianamente certero. A las pocas se- manas ya ofertaba las bebidas al dos por uno, para seducir a aquellos cautelosos comensales que echaban cálculos antes de entrar a su restaurante, que por cierto seguía atrayendo clientela, cuyo consumo era algo más moderado que antes. Con sorpresa constaté unos días después, que el negocio seguía con un ritmo muy seme- 36 Informes jante al de septiembre, o quizá un poco mejor. Y sin el “dos por uno”, los asustados clientes retornaban poco a poco sus cos- tumbres gastronómicas. El hecho me ilustró muy claramente –con mucho más contundencia que las gráficas del Banco de México o de Hacienda- qué es lo que pasa cuando la desconfianza se apodera de los ciudadanos en su papel de usuarios de servicios o consumidores de productos: todos empezamos a formar parte de la cadena de temor al porvenir que acaba estrangulando poco a poco las venas económicas de una nación. Y si eso se traslada a escala internacional, el cata- clismo se generaliza. No obstante, pasado el temor inicial, la gente –desde luego, si no ha sido afectada por un desafortunado despido, que es la muestra palmaria de las crisis- sale de sus casas y retoma su sen- da de consumo, aunque quizá con algunas restricciones. Pero vaya que el factor psicológico influye de modo tan poderoso en amainar o acre- centar una recesión. No es raro que las personas que conservan su empleo o que pueden mantener sus empresas a flote se quejan de “lo mal que está la cosa”. Y no es que mientan, desde luego, el entorno se torna incierto para millones, pero mucho de la crisis nosotros mismos la propicia- mos y de las actitudes prudentes en el cui- dado del dinero pasamos con facilidad a la paranoia, que es una formidable destruc- tora de economías enteras. Si el dinero no 203.2530 y 01 (55) 4323.2696