haga mala sangre con eso: vive con una hermana soltera, así que está bien. «Dándome la
vara» de continuo, pero bien.
—¿Cómo decidiste ser modelo?
—Tenía doce años cuando hice el cambio, me estiré, me salieron todas estas cosas —
movió la mano con desparpajo por delante de sí misma—, y todo el mundo decía lo
típico, que si estaba muy buena y que si era muy guapa y que si esto y que si lo otro y que
si lo de más allá. Naturalmente lo que dijo mi madre era que a ver si pillaba un novio con
dinero y hacía una buena boda. O sea, que ser guapa me serviría para eso, ¿captas? Como
puedes imaginarte, me reboté. Lo que intenté fue buscarme la vida, pero también ser
libre. Sobre todo, eso: ser libre. No tener que depender de nadie salvo de mí misma, hacer
lo que yo quisiera y punto. ¿No decían que estaba buena? Pues fui a una academia y me
enseñaron a moverme, a tener gracia, a...
—¿Qué edad tenías?
—Dieciséis —me puso una mano por delante—. Ya sé que empecé tarde, pero mi madre
no quería pagarme las clases porque decía que acabaría siendo cualquier cosa. Tuve que
espabilarme, trabajar y pagármelo yo. No me ha sido fácil, ¿sabes?
—Nunca lo es.
—Ya, vale —asintió con la cabeza—. Pero por lo menos estoy en ello, tengo algunas
oportunidades y me busco otras. A veces me va bien y a veces me va mal. No creo en la
suerte, creo en el trabajo; pero reconozco que la suerte es necesaria. La suerte y conocer
gente. Una cosa te lleva a la siguiente, y así.
—No empezaste tarde —rectifiqué su aseveración anterior.
—Las grandes modelos han sido descubiertas siendo unas crías, tú. Con mis años, ya soy
mayorcita en este tinglado.
—¿Diecinueve?
—¡Aja! Casi veinte.
—¿Qué dijo tu madre cuando... ?
—Puedes imaginarte. Que si acabaría siendo una puta, que aunque lo lograra a los treinta
ya tendría que dejarlo y entonces qué, y todo ese rollo. Claro que aún tiene la esperanza
de que pille a un maromo rico, como si todas tuviéramos que acabar así.
—Es que los ejemplos de algunas modelos y misses españolas son bastante fuertes.
—Me interesa el dinero, mira, pero hacérmelo con un baboso por importante que sea.
—¿Qué harás si no te sale bien?
—Ni idea.
—¿De verdad?
—No quiero pensar en eso —me clavó sus ojos fieros—. Aunque si sigo así, no podré ir
tirando mucho tiempo. Por eso meto la nariz donde puedo, y hago pruebas para lo que
sea. Pero en cuanto te apuntas a un casting, te das cuenta de que hay cincuenta, cien,
doscientas que están como tú de buenas, y encima mejores, o se dejan hacer lo que sea
para conseguirlo.
Comenzaba a ser sincera.
—¿Trabajarías en alguna otra cosa?
—Hombre, no me voy a morir de hambre. Pero por lo menos habría de ser algo que me
gustase.
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