mano y susurró: “Anda no hay tiempo que perder”. Sintió algo
parecido a un polvo, muy suave; aunque Skrítek no le dijera nada,
Juan dedujo que tenía que sacar el polvillo de la bolsa. Al hacerlo
encontró en su mano minúsculas semillas doradas y moradas como si
fueran bolas de oro enanas. Skrítek tomó un poco del polvo y lo lanzó
por encima de ambos. En un abrir y cerrar de ojos, Juan se encontró
en un mundo similar al que había estado leyendo en su libro de
cuentos.
El joven colombiano resultó en un extenso bosque de árboles
frondosos que filtraban la luz de un incandescente sol rojo; la calma
era absoluta: sólo se oía a dulces pájaros cantar, y apacibles ardillas
estremeciéndose por los árboles. El maravillado muchacho vio a lo
lejos castillos y carrozas, personitas y vestidos largos (de apariencia
fina).
Mientras Juan miraba admirado a su alrededor, llegó corriendo
Skrítek y le dijo al oído, sacándolo del trance que había adquirido al
juntarse de manera tan vívida con la naturaleza:
- Juan, ya llegamos, bienvenido a Nana-Asante. ¿Qué te parece?
- Es magnífico- respondió Juan
- Pues antes era profundamente espectacular. Había paz en el aire,
y por eso lucharemos con tu ayuda.- refutó Skrítek
- Estoy listo, empecemos cuanto antes
- Hay que buscar al resto de mis compañeros. Nos reunimos a final
de cada mes, en el corazón del bosque. Debemos ir a buscarlos
Caminaron en dirección contraria a los castillos que Juan había visto,
se alejaron y en cuestión de minutos se adentraron en un tenebroso
bosque. Juan se comportaba como nunca antes; cantaba de la
felicidad; hablaba con todos los seres que veía; preguntaba
incesantemente cosas a Skrítek. El bosque era bastante oscuro, a
pesar de que la luna alumbraba con fuerza, pero Skrítek caminaba
rápido y confiado, pues lo conocía como si tuviera un mapa en la
cabeza. Juan lo seguía, tiritando de frio y cansancio, pero sin
embargo con una energía insólita. Caminaron durante horas, por
senderos que parecían iguales, siempre los mismos árboles, sonidos
de animales, y olor penetrante como de hierro caliente. Lentamente
Juan fue perdiendo energías y caminando cada vez más lento.
Lograron llegar, cuando el sol estaba saliendo, a un lugar donde
dejaron de haber árboles. Era una plazoleta circular, como de 1 5
metros de diámetro, rodeada de rocas gigantescas de todos los
91