C(h)arácter Vol 2 May-June 2013 | Page 91

mano y susurró: “Anda no hay tiempo que perder”. Sintió algo parecido a un polvo, muy suave; aunque Skrítek no le dijera nada, Juan dedujo que tenía que sacar el polvillo de la bolsa. Al hacerlo encontró en su mano minúsculas semillas doradas y moradas como si fueran bolas de oro enanas. Skrítek tomó un poco del polvo y lo lanzó por encima de ambos. En un abrir y cerrar de ojos, Juan se encontró en un mundo similar al que había estado leyendo en su libro de cuentos. El joven colombiano resultó en un extenso bosque de árboles frondosos que filtraban la luz de un incandescente sol rojo; la calma era absoluta: sólo se oía a dulces pájaros cantar, y apacibles ardillas estremeciéndose por los árboles. El maravillado muchacho vio a lo lejos castillos y carrozas, personitas y vestidos largos (de apariencia fina). Mientras Juan miraba admirado a su alrededor, llegó corriendo Skrítek y le dijo al oído, sacándolo del trance que había adquirido al juntarse de manera tan vívida con la naturaleza: - Juan, ya llegamos, bienvenido a Nana-Asante. ¿Qué te parece? - Es magnífico- respondió Juan - Pues antes era profundamente espectacular. Había paz en el aire, y por eso lucharemos con tu ayuda.- refutó Skrítek - Estoy listo, empecemos cuanto antes - Hay que buscar al resto de mis compañeros. Nos reunimos a final de cada mes, en el corazón del bosque. Debemos ir a buscarlos Caminaron en dirección contraria a los castillos que Juan había visto, se alejaron y en cuestión de minutos se adentraron en un tenebroso bosque. Juan se comportaba como nunca antes; cantaba de la felicidad; hablaba con todos los seres que veía; preguntaba incesantemente cosas a Skrítek. El bosque era bastante oscuro, a pesar de que la luna alumbraba con fuerza, pero Skrítek caminaba rápido y confiado, pues lo conocía como si tuviera un mapa en la cabeza. Juan lo seguía, tiritando de frio y cansancio, pero sin embargo con una energía insólita. Caminaron durante horas, por senderos que parecían iguales, siempre los mismos árboles, sonidos de animales, y olor penetrante como de hierro caliente. Lentamente Juan fue perdiendo energías y caminando cada vez más lento. Lograron llegar, cuando el sol estaba saliendo, a un lugar donde dejaron de haber árboles. Era una plazoleta circular, como de 1 5 metros de diámetro, rodeada de rocas gigantescas de todos los 91