C(h)arácter Vol 2 May-June 2013 | Page 115

Cogió sus botellas de vino y las reventó con las caras de ellos. Sacó su último encendedor y lo lanzó prendido. Inmediatamente, sintió cómo las brasas sofocaban su respiración. Pero no pudo evitar sentir alivio al ver el humo salir de sus cuerpos y causar un olor morboso en su ser. Cogió un esfero, un papel y entre llamas y llantos; ajenos, claro, escribió su testamento. Lo que Emile escribió, sólo lo sabe él. Lo que sí se sabe, es que Emile, sin haberse desnudado, atado, ni clavado ninguna puntilla: descansó con la misma expresión en el rostro que sus invitados. Había logrado su objetivo: descubrir la razón de las sonrisas. Y le pareció tan increíble, como falso. Su cuerpo, sofocado en la mitad, por fin descansaba del peso de la vida; tranquilo, sabiendo que había descubierto la razón de sus risas, y angustiado, por saber que no se había perdido de nada, mientras pasaba una vida lamentándose por buscarse a sí mismo en los demás. 11 5