CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 95

en el aire, sobrevolando como un helicóptero, sobrevolando la fábrica y la ciudad misma que yacía extendida a sus pies como una tarjeta postal. Mirando hacia abajo a través del suelo de cristal que estaba pisando, Charlie podía ver las pequeñas casitas lejanas y las calles y la nieve que lo cubría todo. Era una sensación extraña y sobrecogedora la de estar de pie sobre un cristal transparente a tamaña altura. Uno se sentía como si flotase en el vacío. —¿Estamos bien? —gritó el abuelo Joe—. ¿Cómo se mantiene esto en el aire? —¡Energía de caramelo! —dijo el señor Wonka—. ¡Un millón de caballos de energía de caramelo! ¡Miren! —gritó, señalando hacia abajo—. ¡Allá van los otros niños! ¡Se vuelven a sus casas! 29 Los otros niños se van a sus casas —Debemos bajar a ver a nuestros amigos antes que nada —dijo el señor Wonka. Apretó un botón diferente el ascensor empezó a descender, y al cabo de un momento estaba sobrevolando las puertas de la fábrica. Mirando hacia abajo, Charlie podía ver ahora a los niños y a sus padres, de pie en un pequeño grupo junto a los portones. —Sólo puedo ver a tres —dijo—. ¿Quién falta? —Supongo que Mike Tevé —dijo el señor Wonka Pero vendrá pronto. ¿Ven los camiones? —el señor Wonka señaló una fila de gigantescos camiones cubiertos aparcados a poca distancia de allí. —Sí —dijo Charlie—. ¿Para qué son? —¿No recuerdas lo que decía en los Billetes Dorados? Todos los niños se vuelven a sus casas con un provisión de golosinas para el resto de sus vidas. Hay un camión para cada uno cargado hasta el tope. ¡Aja, allá va vuestro amigo Augustus Gloop! ¿Le veis? ¡Está subiéndose al primer camión con su padre y su madre!