—¿Qué sala veremos a continuación —dijo el señor Wonka, volviéndose y corriendo hacia el ascensor—.
¡Vamos! ¡De prisa! ¡Debernos seguir! ¿Y cuántos niños quedan ahora?
El pequeño Charlie miró al abuelo Joe, y el abuelo Joe miró al pequeño Charlie —Pero, señor Wonka
—dijo el abuelo Joe—. Ahora... Ahora sólo queda Charlie. El señor Wonka se volvió y miró fijamente a
Charlie.
Hubo un silencio. Charlie se quedó donde estaba, sujetando firmemente la mano del abuelo Joe.
—¿Quiere usted decir que sólo queda uno? — dijo el señor Wonka, fingiéndose sorprendido. —Pues sí
—dijo Charlie—. Sí.
De golpe, el señor Wonka estalló de entusiasmo. «¡Pero, mi querido muchacho», gritó, «eso significa que
has ganado tú!». Salió corriendo del ascensor y empezó a estrechar la mano de Charlie tan enérgicamente
que casi se la arranca. «¡Oh, te felicito!», gritó. «¡Te felicito de todo corazón! ¡Esto es magnífico! ¡Ahora
empieza realmente la diversión! ¡Pero no debemos demorarnos! ¡No debemos demorarnos! ¡Ahora hay
aun menos tiempo que perder que antes! ¡Tenemos un gran número de cosas que hacer antes de que acabe
el día! ¡Piensa en las disposiciones que debemos tomar! ¡Y en la gente que debemos ir a buscar! ¡Pero
afortunadamente para nosotros tenemos el gran ascensor de cristal para apresurar las cosas! ¡Sube, mí
querido Charlie, sube! ¡Usted también, abuelo Joe, señor! ¡No, no, después de usted! ¡Eso es! ¡Muy bien!
¡Esta vez yo escogeré el botón que debemos apretar!»
Los brillantes ojos azules del señor Wonka se detuvieron por un momento en la cara del pequeño Charlie.
Alguna locura va a ocurrir ahora, pensó Charlie. Pero no sintió miedo. Ni siquiera estaba nervioso. Sólo
tremendamente excitado. Y lo mismo le ocurría al abuelo Joe. La cara del anciano brillaba de entusiasmo
a medida que observaba cada uno de los movimientos del señor Wonka. El señor Wonka estaba
intentando alcanzar un botón que había en el techo de cristal del ascensor. Charlie y el abuelo Joe