CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 60

19 La Sala de Invenciones - Caramelos Eternos y Toffe Capilar Cuando el señor Wonka gritó «¡Detened el barco!», los Oompa-Loompas clavaron los remos en el río y empezaron a remar hacia atrás furiosamente. El barco se detuvo. Los Oompas—Loompas guiaron el barco hasta colocarlo paralelamente a la puerta roja. Sobre la puerta decía: SALA DE INVENCIONES. PRIVADO. PROHIBIDO ENTRAR. El señor Wonka sacó una llave de su bolsillo, se inclinó fuera del barco y metió la llave en la cerradura. —¡Esta es la sección más importante de toda la fábrica! —dijo—. ¡Todas mis nuevas invenciones más secretas se preparan y se cocinan aquí! ¡El viejo Fickel gruber daría cualquier cosa por poder entrar aquí aunque sólo fuera durante tres minutos! ¡Y lo mismo Prodnose y Slugworth y todos los demás fabricantes de chocolate! Pero ahora, ¡escuchadme bien! ¡No quiero que toquéis nada una vez que estemos dentro! ¡No podéis tocar, ni fisgonear, ni probar nada! ¿De acuerdo? —¡Sí, sí! —exclamaron los niños—. ¡No tocaremos nada! —Hasta ahora —dijo el señor Wonka— a nadie, ni siquiera a un Oompa-Loompa, le he permitido entrar aquí. Abrió la puerta y saltó del barco a la habitación. Los cuatro niños y sus padres le siguieron apresuradamente. —¡No toquéis! —gritó el señor Wonka—. ¡Y no tiréis nada al suelo! Charlie Bucket examinó la gigantesca habitación en la que ahora se encontraba. ¡Parecía la cocina de una bruja! A su alrededor había negras cacerolas de metal hirviendo y burbujeando sobre enormes fogones, y peroles friendo y ellas cociendo, y extrañas máquinas de hierro repicando y salpicando, y había tuberías a lo largo del techo y de las paredes, y toda la habitación estaba llena de humo y de vapor y de deliciosos aromas. El propio señor Wonka se había puesto de repente más excitado que de costumbre, y cualquiera podía ver fácilmente que ésta era su habitación favorita. Saltaba y brincaba entre las ollas y las máquinas como un niño entre sus regalos de Navidad, sin saber a dónde dirigirse primero. Levantó la tapa de una enorme cacerola y aspiró su aroma; luego, salió corriendo y metió un dedo en un barril lleno de una pegajosa mezcla de color amarillo y la probó; luego, se dirigió hacía una de las máquinas e hizo girar media docena de válvulas a la derecha y a la izquierda; luego, miró ansiosamente a través de la puerta de cristal de un horno gigantesco, frotándose las manos y lanzando risitas de placer ante lo que vio dentro. Luego corrió hacia otra de las máquinas, un pequeño y brillante artefacto que hacía plop, plop, plop, plop, plop, y cada