CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 48

16 Los Oompa—Loompas —¿Dices que no hay gente en el mundo tan pequeña como ésa? —dijo riendo el señor Wonka—. Pues déjame decirte algo. ¡Hay más de tres mil aquí mismo, en mi fábrica! —¡Deben ser pigmeos! —dijo Charlie. —¡Exacto! —exclamó el señor Wonka—. ¡Son pigmeos! ¡Importados directamente de África! ¡Pertenecen a una tribu de diminutos pigmeos conocidos como los Oompa-Loompas! Yo mismo los descubrí. Yo mismo los traje de África, la tribu entera, tres mil en total. Los encontré en la parte más intrincada y profunda de la jungla africana, donde el hombre blanco no ha estado jamás. Vivían en casas en los árboles. Tenían que vivir en los árboles; de otro modo, siendo tan pequeños hubieran sido devorados por todos los animales de la selva. Y cuando los encontré estaban prácticamente muriéndose de hambre. Vivían de orugas verdes, y las orugas tenían un sabor repulsivo, y los Oompa-Loompas pasaban todas las horas del día trepando a los árboles, buscando otras cosas para mezclar con las orugas y darle un mejor sabor —escarabajos rojos, por ejemplo, y hojas de eucaliptos, y la corteza del árbol bong-bong, todas ellas de un sabor repugnante, pero no tan repugnante como el de las orugas—. ¡Pobres pequeños Oompa-Loompas! Lo que les gustaba más que ninguna otra cosa eran los granos de cacao. Pero no podían obtenerlos. Un Oompa-Loompa tenía suerte si encontraba tres o cuatro granos de cacao al año. Pero, ¡cómo les gustaban! Soñaban toda la noche con los granos de cacao y hablaban de ellos durante todo el día. Con sólo mencionar la palabra «cacao» a un Oompa-Loompa se le hacía la boca agua. Los granos de cacao —continuó el señor Wonka—, que crecen en el árbol del cacao, son los ingredientes que se necesitan para hacer chocolate. No se puede hacer chocolate sin los granos de cacao. Los granos de cacao son el chocolate. Yo mismo utilizo billones de granos de cacao a la semana en esta fábrica. Y entonces, mis queridos niños, cuando descubrí que los Oompa-Loompas enloquecían por esta comida en particular, trepé a lo alto de su aldea en los árboles y metí la cabeza por la puerta de la casa del jefe de la tribu. El pobre hombrecillo, de aspecto famélico, estaba allí sentado intentando comerse un cuenco de orugas aplastadas sin vomitar. «Escucha», le dije (hablando no en español, por supuesto, sino en Oompa-Loompas), «escucha, si tú y toda tu gente venís conmigo a mi país y vivís en mi fábrica, podréis obtener todos los granos de cacao que queráis, ¡Tengo montañas de ellos en mis almacenes! ¡Podréis comer granos de cacao en todas las comidas! ¡Podréis empacharos con ellos! ¡Hasta os pagaré