4 Los obreros secretos
La noche siguiente el abuelo Joe prosiguió su historia.
—Verás, Charlie —dijo—, no hace mucho tiempo había miles de personas trabajando en la fábrica del
señor Willy Wonka. Pero de pronto, un día, el señor Wonka tuvo que pedirle a cada una de ellas que se
fuese a su casa para no volver nunca más.
—Pero, ¿por qué? —preguntó Charlie.
—A causa de los espías.
—¿Espías?
—Sí. Verás. Los otros fabricantes de chocolate habían empezado a sentirse celosos de las maravillosas
golosinas que preparaba el señor Wonka y se dedicaron a enviar espías para robarle sus recetas secretas.
Los espías se emplearon en la fábrica de Wonka, fingiendo ser obreros ordinarios, y mientras estaban allí,
cada uno de ellos descubrió cómo se fabricaba una cosa.
—¿Y volvieron luego a sus propias fábricas para divulgar el secreto?
—Deben haberlo hecho —respondió el abuelo Joe—, puesto que al poco tiempo la fábrica de
Fickelgruber empezó a fabricar un helado que no se derretía nunca, aun bajo el sol más ardiente. Luego, la
fábrica del señor Prodnose empezó a producir un chicle que jamás perdía su sabor por más que se
masticase. Y más tarde, la fábrica del señor Slugworth comenzó a fabricar globos de caramelo que se
podían hinchar hasta hacerlos enormes antes de pincharlos con un alfiler y comérselos. Y así
sucesivamente. Y el señor Willy Wonka se mesó las barbas y gritó: «¡Esto es terrible! ¡Me arruinaré!
¡Hay espías por todas partes! ¡Tendré que cerrar la fábrica!»