Charles Dickens | Page 8

-Y nunca tuvimos la menor discusión, excepto cuando le parecía que mis treses y mis cincos se confundían o que alargaba demasiado el rabo de los sietes y los nueves -terminó mi madre en una nueva explosión de llanto. -Se pondrá usted enferma -dijo miss Betsey-, lo que no será muy beneficioso para usted ni para mi ahijada. ¡Vamos, no vuelva a empezar! Este argumento contribuyó bastante a tranquilizar a mi madre, aunque su malestar era creciente. Hubo un silencio, interrumpido sólo por algunas exclamaciones sordas de mi tía, que continuaba calentándose los pies en el guardafuegos. -David se había asegurado una renta anual comprando papel del Estado, lo sé --dijo poco a poco, A1 morir ¿ha hecho algo por usted? -Míster Copperfield -constestó mi madre titubeandofue tan cariñoso y tan bueno conmigo que aseguró parte de esa renta a mi nombre. -¿Cuánto? -preguntó miss Betsey. ---Ciento cincuenta libras al año --dijo mi madre. -¡Podía haberlo hecho peor! -dijo mi tía. La palabra no podía ser más apropiada para el momento, pues mi madre se encontraba cada vez peor, tanto que Peggotty, que entraba con el té y las velas, se dio cuenta de ello al instante (como se hubiera dado cuenta mi tía de no estar a oscuras) y la condujo apresuradamente a su habitación del piso de arriba. Inmediatamente envió a Ham Peggotty -un sobrino suyo a quien tenía escondido en la casa hacía unos días para utilizarle como mensajero especial en caso de ur gencia- a buscar al médico y a la comadrona. Aquellas dos potencias aliadas se sorprendieron sobremanera cuando a su llegada (pocos minutos después uno de otro) se encontraron con una señora desconocida y de aspecto imponente, sentada ante el fuego, con la toca colgando del brazo izquierdo y taponándose los oídos con algodón. Peggotty no sabía