Charles Dickens | Page 6

En ese momento, el viento del atardecer empezó a silbar entre los olmos viejos y altos del jardín con tal ruido que tanto mi madre como miss Betsey no pudieron por menos que mirar con inquietud hacia la ventana. Los olmos se inclinaban unos en otros corno gigantes que quisieran confiarse algún terrible secreto, y después de permanecer inclinados unos segundos se erguían violentamente, sacudiendo sus enormes brazos, como si aquellas confidencias, intranquilizando a su conciencia, les hubieran arrebatado para siempre el reposo. Algunos nidos bastante viejos de cuervos se bamboleaban destrozados por la intemperie en sus ramas más altas, como náufragos en un mar tormentoso.- ¿ Y dónde están los pájaros?-preguntó miss Betsey.- ¿ Los que...? Mi madre estaba pensando en otra cosa.-Los cuervos. ¿ Qué ha sido de ellos?-preguntó mi tía.-Desde que vivimos aquí no hemos visto ninguno-dijo mi madre-. Pensábamos... Míster Copperfield creía... que esto era una gran rookery; pero los nidos son ya muy antiguos y deben de estar abandonados hace mucho tiempo.- ¡ Las cosas de David Copperfield!-exclamó miss Bet sey-. ¡ David Copperfield de la cabeza a los pies! Llama a la casa Rookery, no habiendo un solo cuervo en los alrededores, y cree que ha de haber forzosamente pájaros porque ve nidos.-Míster Copperfield ha muerto-contestó mi madre-, y si se atreve usted a hablarme mal de él... Sospecho que mi pobre madre tuvo por un momento la intención de arrojarse sobre mi tía; pero ni aun estando en mejor estado de salud y con suficiente entrenamiento hubiera podido hacer frente a semejante adversario; así es que después de levantarse se volvió a sentar humildemente y cayó desvanecida. Cuando volvió en sí, o quizá cuando miss Betsey la hizo volver en sí, encontró a mi tía de pie ante la ventana. La luz del atardecer se iba apagando y a no ser por el resplandor del fuego no hubieran podido distinguirse una a otra.- ¡ Bueno!-dijo miss Betsey volviéndose a sentar, como si sólo hubiera estado mirando por casualidad el paisaje-. ¿ Y cuándo espera usted...?-Estoy temblando-balbució mi madre-. No se que me pasa; pero estoy segura de que me muero.-No, no, no-dijo miss Betsey-. Tome usted un poco de té.- ¡ Oh Dios mío, Dios mío! ¿ Pero cree usted que eso me aliviará algo?-exclamó mi madre desesperadamente.-Naturalmente que lo creo. Todo eso es nervioso... Pero ¿ cómo llama usted a la chica?-Todavía no sé si será niña-dijo mi madre con inocencia.- ¡ Dios bendiga a esta criatura!-exclamó mi tía, ignorando que repetía la segunda frase inscrita con alfileres en el acerico de la cómoda, pero aplicándosela a mi madre en lugar de a mí-. No se trataba de eso. Me refería a su criada.-Peggotty-dijo mi madre.- ¡ Peggotty!-repitió miss Betsey, casi indignada-. ¿ Querrá usted hacerme creer que un ser humano ha recibido en una iglesia cristiana el nombre de Peggotty?-Es su apellido-dijo mi madre con timidez-. Míster Copperfield la llamaba así porque como tiene el mismo nombre de pila que yo...- ¡ Aquí, Peggotty!-gritó miss Betsey abriendo la puerta- Traiga usted té; su señora no se encuentra bien; conque ¡ a no perder tiempo! Habiendo dado esta orden con tanta energía como si su autoridad estuviese reconocida en la casa desde toda la eternidad, volvió a cerrar la puerta y a sentarse, no sin antes ha-