La mayoría de los compañeros se habían metido en la cama nada más terminar de
comer y beber; pero la charla aquella duró bastante tiempo, y nosotros habíamos
permanecido cuchicheando y escuchando sin desnudarnos del todo. Por fin también nos
acostamos.
-Muy buenas noches, pequeño Copperfield -dijo Steerforth-; yo cuidaré de ti.
-Es usted muy bueno -contesté agradecido-; se lo agradezco mucho.
-¿No tienes una hermana? -dijo Steerforth bostezando.
-No -contesté.
-¡Qué lástima! -dijo Steerforth-. Habría sido una linda chiquilla, pequeña y tímida, con
los ojos brillantes. Me habría gustado conocerla. Hasta mañana, Copperfield.
-Buenas noches, Steerforth.
Seguí pensando en él durante mucho rato, y recuerdo que me senté en la cama para
mirarle. Estaba dormido a la luz de la luna, con su hermoso rostro hacia mi lado y la
cabeza cómodamente reclinada en el brazo. Era un gran personaje a mis ojos, y esto era,
como es natural, lo que más me atraía. Los sombríos misterios de su porvenir no se
revelaban todavía en su rostro a la luz de la luna. Ni una sombra iba unida a sus pasos
mientras me paseaba en sueños con él por el jardín.
CAPÍTULO VII
MI PRIMER SEMESTRE EN SALEM HOUSE
Las clases empezaron en serio al día siguiente. Recuerdo cómo me impresionó el ruido
de las voces en la sala de estudio, trocada de pronto en un silencio de muerte cuando
míster Creakle entró, después del desayuno, y desde la puerta nos miró a todos como el
gigante de los cuentos de hadas contempla a sus cautivos.
Tungay entró con él, y a mí me pareció que no había mo tivo para gritar de aquel modo:
«¡Silencio!», pues estábamos todos petrificados, mudos é inmóviles.
-Se le vio a míster Creakle mover los labios y se oyó a Tungay.
-Muchachos: empezamos el curso; cuidado con lo que se hace, y tomad con afán
vuestros estudios, os lo aconsejo, porque yo también vengo decidido a tomar con afán los
castigos. Y no tendré piedad. Y os prometo que por mucho que os restreguéis después no
lograréis quitaros las huellas de mis golpes. Ahora ¡al trabajo todos!
Cuando terminó este terrible exordio y Tungay se marchó, mister Creakle se acercó a
mi pupitre y me dijo que si yo era célebre por morder, también él era una especialidad en
aquel arte. Y enseñándome su bastón, me preguntó qué me parecía aquel diente. ¿Era
bastante duro? ¿Era fuerte? ¿Tenía las puntas afiladas? ¿Mordía bien? ¿Mordía? Y a cada
pregunta me daba tal palo, que me hacía retorcerme. Aquella fue mi confirmación en
Salem House, según decía Steerforth; había sido confirmado pronto; igual de pronto
estuve deshecho en lágrimas.
Y no vaya a creerse que aquellas demostraciones de atención las recibía yo solo. Al
contrario, casi todos los niños (sobre todo los que eran pequeños) se veían favorecidos
con igual suerte cada vez que míster Creakle recorría la clase. La mitad del colegio ya
estaba retorciéndose antes de que empezasen las tareas del día, y ¡cuántos se retorcían y
gritaban antes de que el trabajo del día terminase! Realmente lo recuerdo asustado; pero
si contara mas detalles, no querrían creerme.
Pienso que no he visto en mi vida un hombre a quien gustase más su oficio que mister
Creakle. Se veía que gozaba pegándonos, como si satisficiera un apetito imperioso. Estoy
convencido de que no podía resistir el deseo de azotarnos; sobre todo los que éramos
gorditos ejercíamos una especie de fascinación sobre él, que no le dejaba descansar hasta