-Vamos, gigante, siéntate.
Le di las gracias y me senté; pero me parecía dificilísimo manejar el cuchillo y el
tenedor con algo de soltura y no mancharme con la salsa mientras él continuara enfrente
sin dejar de mirarme y haciéndome ruborizar de la manera más horrible cada vez que mis
ojos se encontraban con los suyos. Cuando me vio empezar la segunda chuleta me dijo:
-Le traigo media pinta de cerveza; ¿la quiere usted ahora?
Le di las gracias y le dije que sí.
Entonces me la sirvió en un vaso y la acercó a la luz para enseñarme el hermoso color
que tenía.
-¡Pardiez! -dijo-, es buena cantidad.
-Sí es buena cantidad -le contesté con una sonrisa, pues estaba encantado de verle tan
amable. Tenía los ojos muy brillantes, las mejillas muy coloradas y los cabellos tiesos. Y
en aquel momento, con un puño en la cadera y en la otra mano el vaso lleno de cerveza,
tenía un aspecto de lo más campechano.
-Ayer llegó aquí un caballero -dijo-, un caballero muy grueso, que se llamaba
Topsawyer; quizá le conoce usted.
-No, no creo...
-Llevaba pantalones cortos, polai nas y sombrero de ala ancha, un traje gris y tapabocas
-dijo el camarero.
-No --dije confuso-, no tengo ese gusto...
-Pues vino aquí -continuó el mozo mirando la luz a través del vaso- y pidió un vaso de
esta misma cerveza y se empeñó en beberla. Yo le dije que no debía hacerlo; pero se la
bebió y cayó muerto instantáneamente. Era demasiado fuerte para él. No debían volver a
servirla.
Me impresionó muchísimo aquel triste accidente, y dije que en vez de cerveza pensaba
tomar un poco de agua.
-Pero lo malo -dijo el camarero, mirando todavía la luz a través del líquido y
guiñándome un ojo- es que los amos se disgustan si se dejan las cosas después de pedidas. Se ofenden. Lo que sí se puede hacer, si le parece bien, es que yo me la beba; estoy
acostumbrado, y la cos tumbre es todo. No creo que pueda hacerme daño, sobre todo si
echo bien la cabeza hacia atrás y la bebo deprisa. ¿Quiere usted?
Le contesté que lo agradecería; pero sólo en el caso de que pudiera hacerlo sin el menor
peligro; de no ser así, de ninguna manera. Cuando le vi echar la cabeza hacia atrás y beberla deprisa, confieso que sentí un miedo horrible de verlo caer muerto como a míster
Topsawyer. Pero no le hizo daño; por el contrario, hasta me pareció que le sentaba bien.
-¿,Qué estábamos comiendo? -dijo después, metiendo un tenedor en mi plato - ¡Ah!
¿Chuletas?
-Sí, chuletas --dije.
-¡Dios me bendiga! -exclamó-. No sabía que fueran chuletas. Precisamente es lo único
para evitar los malos efectos de esta cerveza. ¡Cuánta suerte tenemos!
Con una mano me cogió una chuleta, con la otra, una patata, y lo comió con el mayor
apetito. Yo estaba radiante. Después cogió otra chuleta y otra patata; después otra patata
y otra chuleta. Cuando terminó, me trajo un pudding, y sentándose enfrente de mí rumió
algo entre dientes, como si es tuviera pensando en otra cosa durante unos minutos.
-Qué, ¿cómo está ese bizcocho? --dijo de pronto.
-Es un pudding - le contesté.
-¡Pudding! -exclamó-. ¡Dios me bendiga! ¿De verdad es pudding? ¡Cómo! -dijo
mirándolo más de cerca---. ¿Pero no será un pudding de frutas?
-Sí, precisamente.