Charles Dickens | Page 40

No obtuve contestación inmediata; pero enseguida volví a oír mi nombre en un tono tan misterioso, que si no se me hubiera ocurrido que la voz salía de la cerradura me habría dado un ataque. Salté a la puerta y puse mis labios en la cerradura, mur murando: -¿Eres tú, Peggotty? -Sí, Davy querido --contestó ella-; pero trata de hacer menos ruido que un ratón, porque si no el gato lo oirá. Comprendí que se refería a miss Murdstone y me di cuenta de la urgencia del caso, pues su habitación estaba pared por medio de la mía. -¿Cómo está mamá, querida Peggo tty? ¿Se ha enfadado mucho conmigo? Pude oír que Peggotty lloraba dulcemente por su lado, como yo por el mío; después me contestó: -No; no mucho. -¿Y qué van a hacer conmigo, Peggotty? ¿Lo sabes tú? -Un colegio, cerca de Londres - fue la contestación de Peggotty. Tuve que hacérselo repetir, pues me había olvidado de quitar la boca del ojo de la llave, y sus palabras me cosquillearon, pero no entendí nada. -¿Cuándo, Peggotty? -Mañana. -¡Ah! ¿Es por eso por lo que miss Murdstone ha sacado toda la ropa de mis cajones? (Pues lo había hecho, aunque yo he olvidado mencionarlo.) -Sí -dijo Peggotty-La maleta. -¿Y no veré a mamá? -Sí -dijo Peggotty-, por la mañana. Y entonces Peggotty pegó su boca contra la cerradura y pronunció las siguientes palabras, con tal emoción y gravedad, que nunca ninguna cerradura en el mundo habrá oído otras semejantes. Y dejaba escapar cada fragmento de frase como una convulsive explosión de sí misma: -Davy querido: ya sabes que si últimamente no he estado tan unida a ti como de costumbre no es que haya dejado de quererte sino todo lo contrario. Es que me parecía lo mejor para ti y para otra persona. Davy querido, ¿me oyes? ¿Quieres oírme? -Sí, sí, sí, sí, Peggotty -sollocé. -¡Hijo mío! -dijo Peggotty con infinita compasión-. Lo que quiero decirte es que no debes olvidarme nunca, pues yo nunca te olvidaré a ti y cuidaré mucho de tu madre, Davy, como nunca te he cuidado a ti, y no la abandonaré. Puede llegar un día en que le guste apoyar su pobre cabecita en el brazo de la estúpida y loca Peggotty. Y te escribiré, querido mío, aunque no lo haga bien. Y yo, yo, yo. Peggotty se pu so a besar la cerradura, como no podía besarme a mí. -¡Gracias, querida Peggotty, gracias, gracias! ¿Quieres prometerme también otra cosa, Peggotty? ¿Quieres escribir a míster Peggotty, a la pequeña Emily y a mistress Gudmige y a Ham, diciéndoles que no soy tan malo como podrían suponer, y que les envío todo mi cariño, sobre todo a Emily? ¿Quieres hacerlo, por favor, Peggotty? Me lo prometió con toda su alma, y ambos besamos la cerradura con mucho cariño. Yo además la acaricié con la mano (lo recuerdo) como si hubiera sido su rostro honrado. Desde aquella noche siento por Peggotty algo que no sabría definir. No era que reemplazase a mi madre, eso nadie hubiera podido hacerlo; pero llenaba un vacío en mi corazón que se cerró dejándola dentro, algo que no he vuelto a sentir nunca por nadie; un afecto que podría ser cómico, pero que pienso que si se hubiera muerto no sé lo que habría sido de mí, ni cómo hubiera salido de aquella tragedia.