Si la víspera de nuestra partida quiere usted acompañar a nuestro común
amigo míster Thomas Tradd les a nuestra residencia actual para cambiar los
votos naturales en semejantes casos, hará el mayor honor
a
un
hombre
siempre
fiel
WILKINS MICAWBER.»
Me alegré mucho de saber que mister Micawber había por fin sacudido su cilicio y
encontrado de verdad algo. Supe por Traddles que la invitación era para aquella misma
noche, y antes de que fuera más tarde expresé mi intención de asistir. Tomamos juntos el
camino de la casa que mister Micawber ocupaba bajo el nombre de míster Mortimer, y
que estaba situada en lo alto de Grayls Inn Road.
Los recursos del mobiliario alquilado a míster Micawber eran tan limitados, que
encontramos a los mellizos, que tendrían unos ocho o nueve años, dormidos en una
cama-arma rio en el salón, donde míster Micawber nos esperaba con una jarra llena del
famoso brebaje que le gustaba hacen Tuve el gusto en aquella ocasión de volver a ver al
hijo mayor, muchacho de doce o trece años, que prometía mucho si no hubiera estado ya
sujeto a esa agitación convulsiva de todos los miembros que no es un fenómeno sin
ejemplo en los chi cos de su edad. También vi a su hermanita miss Micawber, en quien «
su madre resucitaba su juventud pas ada», como el Fénix, según nos dijo míster
Micawber.
-Mi querido Copperfield - me dijo-, míster Traddles y usted nos encuentran a punto de
emigrar y excusarán las pequeñas incomodidades que resultan de la situación.
Lanzando una mirada a mi alrededor antes de dar una respuesta conveniente, vi que el
ajuar de la familia estaba ya embalado y que su volumen no era para asustar. Felicité a
mistress Micawber por el cambio de su situación.
-Mi querido Copperfield - me dijo mistress Micawber-, sé todo el interés que usted se
toma por nuestros asuntos. Mi familia puede mirar este alejamiento como un destierro, si
así le parece; pero yo soy mujer y madre y no abandonaré nunca a míster Micawber.
Traddles, al corazón del cual interrogaban los ojos de mis tress Micawber, asintió con
tono aquiescente.
-Al menos es mi manera de considerar el compromiso que he contraído, mi querido
Copperfield, el día que pronuncié aquellas palabras irrevocables: «Yo, Emma, tomo por
esposo a Wilkins» . La víspera de aquel gran acto leí de cabo a rabo, a la luz de una vela,
todo el oficio del matrimonio y saqué la conclusión de que no abandonaría nunca a míster
Micawber. Por lo tanto, podré equivocarme en la manera de interpretar el sentido de
aquella piadosa ceremonia, pero no le abandonaré nunca.
-Querida mía -dijo míster Micawber con alguna impaciencia-, ¿quién ha hablado jamás
de eso?
-Sé, mi querido míster Copperfield -repuso mistress Micawber-, que ahora tendré que
poner mi tienda entre los extraños; sé que los diferentes miembros de mi familia, a los
que mister Micawber ha escrito en los términos más corteses para anunciarles esto, ni
siquiera han contestado a su comunicación. A decir verdad, quizá sea superstición por mi
parte; pero creo que mister Micawber está predestinado a no recibir respuesta de la
mayoría de las cartas que escribe. Supongo, por el silencio de mi familia, que ve