El gran sombrero que llevaba en la cabeza miss Mowcher y el más grande todavía que se reflejaba en la pared empezaron a columpiarse de nuevo cuando me hizo esta pregunta. Le contesté que lo recordaba muy bien y que había pensado muchas veces en ello durante el día.- ¡ Que el padre de la mentira le confunda-dijo la enanita levantando un dedo ante sus ojos llameantes- y que confunda diez veces más a su miserable criado! Y yo convencida de que era usted el que tenía por ella una pasión desde hacía muchos años.- ¿ Yo?-repetí.- ¡ Qué niño es usted y qué mala suerte tan ciega!-exclamó miss Mowcher torciéndose las manos con impaciencia-. ¿ Por qué la elogiaba usted tanto, ruborizado y confuso? No podía negar que decía la verdad, aunque había interpretado mal mi emoción.- ¿ Cómo iba yo a adivinarlo?-dijo miss Mowcher sacando de nuevo su pañuelo y golpeando con el pie cada vez que se enjugaba los ojos con las dos manos-. Yo me daba cuenta de que Steerforth le atormentaba a usted y le mimaba al mismo tiempo, y que usted era como cera blanda entre sus manos. Y no hacía un momento que había dejado la habitación, cuando su criado me dijo que el joven inocente( así le llamaba; usted puede llamarle el viejo canalla sin perjudicarle) estaba loco por la chica y la chica por él; que su señor estaba decidido a que las cosas no tuvieran malas consecuencias, más por afecto a usted que por ella, y que con ese objeto estaban en Yarmouth. ¿ Cómo no creerle? Había visto que Steerforth le mimaba a usted y le halagaba haciendo el elogio de la muchacha. Usted fue quien habló de ella el primero. Usted confesó que hacía tiempo la había amado. Tenía calor y frío, enrojecía y palidecía cuando yo hablaba de ella. ¿ Qué quiere usted que pensara sino que era usted un pequeño libertino en ciernes, a quien no faltaba más que la experiencia, y que entre las manos en que había caído la experiencia no le faltaría mucho tiempo si no se encargaba de dirigirla por el buen camino, como era su capricho? ¡ Oh, oh, oh! Es que tenían miedo de que descubriese la verdad-exclamó miss Mowcher levantándose para trotar de arriba abajo por la cocina y levantando al cielo sus dos bracitos desesperadamente-; sabían que soy bastante viva, pues lo necesito para salir adelante en el mundo, y se pusieron de acuerdo para engañarme; y me hicieron dar a aquella desgraciada una carta, el origen, me temo mucho, de sus relaciones con Littimer, que se quedó aquí expresamente para ello. Quedé confundido ante la revelación de tanta perfidia, y miré a miss Mowcher, que seguía paseándose. Cuando estuvo rendida se volvió a sentar y se enjugó el rostro con el pañuelo, sacudió la cabeza y no hizo más movimiento ni interrumpió el silencio.-Mis viajes por provincias me han llevado ayer noche a Norwitch, míster Copperfield-añadió por fin-. Lo que por casualidad he sabido del secreto que había envuelto su llegada y su partida me extrañó al saber que usted no formaba parte de ella, y me hizo sospechar algo. Y ayer noche tomé la diligencia de Yarmouth en el momento en que pasaba por Norwitch, y he llegado aquí esta mañana, demasiado tarde, ¡ ay!, ¡ demasiado tarde! La pobre miss Mowcher se estremecía a fuerza de llorar y de desesperarse; después se volvió hacia el fuego para calent ar sus piececitos mojados entre las cenizas, y se quedó allí como una gran muñeca, con los ojos fijos en el fuego. Yo estaba sentado en una silla al otro lado de la chimenea, sumido en mis tristes reflexiones y mirando tan pronto al fuego como a ella.-Tengo que marcharme-dijo, por último, levantándose-, es tarde. ¿ Usted no desconfiará de mí? Al encontrar su mirada penetrante, más penetrante que nunca, cuando me dirigió aquella pregunta, no pude responder con un « no » franco del todo.