-Esta idea de mistress Micawber, mi querido Copperfield --dijo míster Micawber
acercando a los dos lados de la barbilla las puntas del cuello de su camisa y mirándome
de reojo-, en realidad es el salto maravilloso a que yo aludía la última vez que tuve el
gusto de verle.
-La inserción de los anuncios resulta cara -me aventuré a decir, titubeando.
-Precisamente -dijo mistress Micawber, siempre en su tono lógico-. Tiene usted mucha
razón, mi querido Copperfield. La misma observación le hice yo a Micawber. Pero esa es
precisamente la razón por la que creo que Micawber se debe a sí mismo, como ya he
dicho, a su familia y a la sociedad, el pedir un préstamo sobre un pagaré.
Míster Micawber se apoyó en el respaldo de su silla, jugueteó un poco con su monóculo
y miró al techo; pero me pareció que al mismo tiempo observaba a Traddles, que miraba
el fuego.
-Si ningún miembro de mi familia tiene sentimientos bastante humanos para negociar
ese pagaré .... creo que se puede expresar mejor lo que quiero decir..
Míster Micawber, con los ojos fijos en el techo, sugirió: «Deducir».
-... Para deducir ese pagaré -continuó mistress Micawber-, entonces mi opinión es que
Micawber haría bien yendo a la City y llevándolo a Money Market para sacar lo que
pueda. Si los individuos de Money Market obligan a Micawber a un sacrificio grande, eso
ya es cosa suya y de sus conciencias. Pero no quita para que me parezca una imposición
segura. Por lo tanto, animo a Micawber, mi que rido Copperfield, para que lo mire, como
yo, como una imposición segura y para que esté dispuesto a cualquier sacrificio.
No sé por qué me figuré que mistress Micawber daba con aquello una prueba de
desinterés y que sólo le guiaba su abnegación por su marido, y murmuré algo sobre ello,
que Traddles repitió mirando el fuego.
-No quiero -prosigui ó mistress Micawber terminando su ponche y echándose sobre los
hombros el chal, antes de retirarse a mi alcoba para hacer sus preparativos de marcha-, no
quiero prolongar estas observaciones sobre los asuntos pecuniarios de Micawber, al lado
de su fuego, mi querido Copperfield, y en presencia de míster Traddles, que no es, en
verdad, amigo nuestro desde hace tanto tiempo como usted, pero al que ya consideramos
como uno de los nuestros; sin embargo, no he podido por menos de ponerles al corriente
de la conducta que aconsejo a Micawber. Siento que ha llegado para él el momento de
obrar por sí mismo y de reivindicar sus derechos, y me parece que es el mejor medio. Sé
que no soy más que una mujer, y el juicio de los hombres es considerado, en general,
como más competente en semejantes materias; pero no puedo olvidar que cuando vivía
con papá y mamá, papá solía decir: «Emma es delicada, pero su opinión sobre cualquier
asunto no es inferior a la de nadie». Papá era demasiado parcial, ya lo sé; pero era un gran
observador de los caracteres, y mi deber y mi razón me prohíben dudar de ello.
A estas palabras, mistress Micawber, resistiendo a todos los ruegos, se negó a asistir a
la terminación del ponche y se retiró a mi alcoba, y, en realidad, yo pensaba que era una
mujer noble, y que debía haber nacido matrona romana, para ejecutar toda clase de actos
heroicos en tiempos de revoluciones políticas.
En la impresión del momento felicité a míster Micawber por la posesión de aquel
tesoro. Traddles también. Míster Micawber nos tendió la mano a los dos, después se
cubrió el rostro con el pañuelo, que al parecer no sabía estuviera tan sucio de tabaco, y
volvió a su ponche en el mayor estado de hilaridad.
Estuvo elocuentísimo. Nos dio a entender que en nuestros hijos volvemos a vivir y que
bajo el peso de las dificultades pecuniarias todo aumento de familia era doblemente bien
venido. Insinuó que mistress Micawber había tenido últimamente algunas dudas sobre
aquel punto; pero que él las ha bía disipado tranquilizándola. En cuanto a su familia, todos