necesita una que la protejan! ¡No seré yo! ,lip es mucho me jor protector que miss
Murdstone. ¿No es verdad, Jip, amor mío?
Él se contentó con cerrar los ojos descuidadamente, mientras ella besaba su cabecita.
-Papá le llama mi amiga de confianza; pero eso no es cierto, ¿verdad, Jip? No tenemos
la intención de dar nuestra confianza a personas tan gruñonas, ¿,no es verdad, Jip? Tenemos la intención de ponerla en quien nos dé la gana, y de buscarnos solos nuestros
amigos, sin que nos los vayan a descubrir, ¿no es verdad, Jip?
Jip, en respuesta, hizo un ruido que se parecía bastante al de un puchero que hirviese.
En cuanto a mí, cada palabra era un anillo que añadían a mi cadena.
-Es muy duro que porque no tengamos madre nos vea mos obligados a arrastrar a una
mujer vieja, fastidiosa, antipática, como miss Murdstone, tras de nosotros, ¿no es verdad,
Jip? Pero no te preocupes, Jip, no le daremos nuestra confianza, y disfrutaremos todo lo
que podamos a pesar suyo, y le haremos rabiar; es todo lo que podemos hacer por ella,
¿no es verdad, Jip?
Si aquel diálogo hubiera durado dos minutos más, creo que habría terminado por caer
de rodillas en la arena, a riesgo de arañármelas y de que, además, me despidieran. Pero,
afortunadamente, la terraza estaba cerca y llegamos al mismo tiempo que terminaba de
hablar.
Estaba llena de geranios, y quedamos en contemplación ante las flores. Dora saltaba sin
cesar para admirar una planta, y después otra; y yo me detenía para admirar las que ella
admiraba. Dora, al mismo tiempo que se reía, levantaba al perro en sus brazos, con un
gesto infantil, para que oliese las flores; si no estábamos los tres en el paraíso yo por mi
parte lo estaba. El perfume de una hoja de geranio me da todavía ahora una emoción
mitad cómica mitad seria, que cambia al instante la luz de mis ideas. Veo enseguida el
sombrero de paja con las cintas azules sobre un bosque de bucles, y un perrito negro
levantado por dos preciosos y finos brazos, para hacerle respirar el perfume de las flores
y de las hojas.
Miss Murdstone nos buscaba. Nos encontró y presentó su mejilla absurda a Dora para
que besara sus arrugas, llenas de polvo de arroz; después cogió el brazo de su amiga de
confianza y nos dirigimos a desayunar, como si fuéramos al entierro de un soldado.
Yo no sé el número de tazas de té que acepté porque era Dora quien lo había hecho;
pero recuerdo perfectamente que consumí tantas que debían haberme destruido para
siempre el sistema nervioso, si hubiera tenido nervios en aquella época. Un poco más
tarde fuimos a la iglesia. Miss Murdstone se puso entre los dos; pero yo oía cantar a
Dora, y no veía a nadie más. Hubo sermón (naturalmente sobre Dora ...) y me temo que
eso fue todo lo que saqué en limpio del servicio divino.
El día pasó tranquilamente. No vino nadie; después paseamos, comimos en familia y
pasamos la velada mirando libros y grabados. Pero miss Murdstone, con una homilía en
la mano y los ojos fijos en nosotros, montaba la guardia de vigilancia. ¡Ah! Míster
Spenlow no sospechaba, cuando estaba sentado frente a mí después de comer, el ardor
con que yo le estrechaba, en mi imaginación, entre mis brazos, como el más tierno de los
yernos. No sospechaba, cuando me despedí de él por la noche, que acababa de dar su
consentimiento a mi noviazgo con Dora, y que yo reclamaba, en agradecimiento, todas
las bendiciones del cielo para él.
Al día siguiente partimos temprano, pues había una causa de salvamento en la Cámara
del Almirantazgo que exigía un conocimiento bastante exacto de toda la ciencia de la
navegación. Ahora bien, como en esa materia no estábamos muy duchos en el Tribunal,
el juez había rogado a dos viejos, Trinit y Martersn, que tuvieran la caridad de ir en su
ayuda. Dora estaba ya en la mesa haciéndonos el té, y tuve el triste placer de saludarla