defecto de su familia, y se dedicaba constantemente a soliloquios sin ilación sobre todos
los asuntos a que se aludía. A decir verdad, eran muy poco numerosos; pero como
siempre recaían sobre «la sangre», tenía un campo casi tan vasto para sus especulaciones
abstractas como su sobrino.
Parecíamos una partida de ogros; tan sangriento era el tono de la conversación.
-Confieso que soy de la opinión de mistress Waterbrook -dijo míster Waterbrook
levantando el vaso de vino hasta los ojos- Hay muchas cosas que están bien en su estilo,
pero a mí denme « la sangre».
-¡Ohl No hay nada -observó la tía de Hamlet- tan satisfactorio, nada que se acerque más
al bello ideal... de toda esta clase de cosas, hablando en general. Hay algunos espíritus
vulgares (no muchos, me gusta creer, pero algunos) que prefieren postrarse ante lo que
podríamos llamar ídolos, positivamente ídolos. Ante grandes servicios recibidos o
grandes inteligencias. Pero eso son puntos intangibles; « la sangre» no lo es. Si vemos
sangre en una nariz, la reconocemos; la vemos en una barbilla, y decimos: « Ahí está, eso
es sangre» ; es una cosa positiva, se puede tocar, y no admite dudas.
El caballero sonriente de las piernas delgadas que había dado el brazo a Agnes planteó
la cuestión de una manera todavía más rotunda, según me pareció.
-¿Saben ustedes? --dijo aquel señor mirando a su alrededor con una sonrisa imbécil- «
La sangre» es una cosa que no podemos deshacer; existe q uieran o no. Hay jóvenes,
¿saben ustedes?, que pueden estar algo por debajo de su rango por su educación y sus
modales, y que hacen tonterías, ¿saben ustedes?, y que se comprometen a sí mismos y a
los demás, y todo esto ...; pero es delicioso reflexionar que hay «sangre» en ellos, ¿saben
ustedes? Por mi parte, preferiría que me tirase al suelo un hombre de «sangre» a que me
levantara uno que no lo fuese.
Esta declaración, que resumía admirablemente la esencia de la cuestión, tuvo mucho
éxito y atrajo la atención de todos sobre el orador, hasta el momento de retirarse las
señoras. Observé entonces que mister Gulpidge y míster Henry Spiker, que hasta
entonces se habían mantenido recíprocamente a distancia, formaron una línea defensiva
contra nosotros y cambiaron a través de la mesa un diálogo misterioso.
-Ese asunto de la primera fianza de cuatro mil quinientas libras no ha seguido el curso
que se esperaba, Gulpidge -dijo míster Henry Spiker.
-¿Se refiere usted al D. de A.? -dijo míster Spiker.
-Al C. de B. -dijo míster Gulpidge.
Míster Spiker frunció las cejas y pareció muy impresio nado.
-Cuando le fue presentada la cuestión a lord... no necesito nombrarle... -dijo míster
Gulpidge, interrumpiéndose.
-Comprendo -dijo míster Spiker-, N.
Míster Gulpidge hizo un signo misterioso.
-Cuando se la presentaron, su contestación fue: «O dinero o no hay libertad».
-¡Dios mío! -exclamó míster Spiker.
-«O dinero o no hay libertad» -repitió míster Gulpidge con fuerza-. El presunto
heredero... ¿me entiende usted?
-«K» -dijo míster Spiker con una mirada de complicidad.
-K... entonces se negó positivamente a firmar. Le esperaron en Newmarker con ese
objeto; pero él se negó a ello.
Míster Spiker estaba tan interesado, que parecía de piedra.
-Por el momento así han quedado las cosas -dijo mister Gulpidge echándose hacia atrás
en la silla-. Nuestro amigo Waterbrook me perdonará que me explique en términos
generales; pero es a causa de la magnitud de los intereses que intervienen.