ligera. Únicamente te pido, Trotwood, que, si te acuerdas alguna vez de mí... quiero decir
-continuó con una dulce sonrisa, pues le iba a interrumpir y sabía muy bien por qué-,
quiero decir que to das las veces que te acuerdes de mí te acuerdes también del consejo
que te he dado. ¿Me perdonarás por todo esto?
-Te perdonaré, Agnes, cuando hagas justicia a Steerforth y te parezca tan bien como a
mí.
-¿Y antes no? -dijo Agnes.
Vi pasar una sombra por su cara cuando nombré a Steerforth; pero pronto me devolvió
su sonrisa, y recobramos la confianza de siempre.
-Y tú, Agnes, ¿cuándo me perdonarás aquella noche?
-Cuando no la recuerdes --dijo Agnes.
Quería así apartar el recuerdo; pero yo estaba demasiado preocupado para consentirlo, a
insistí en contarle cómo había llegado a rebajarme de aquel modo, y desarrollé ante ella la
cadena de circunstancias, de las que el teatro sólo había sido, por decirlo así, el último
eslabón. Fue un gran descanso para mí, y al mismo tiempo me daba ocasión para extenderme elogiando todo lo que debía a Steerforth y los cuidados que se había tomado por
mí cuando yo no era capaz de cuidarme de mí mismo.
-No olvides -dijo Agnes, cambiando tranquilamente de conversación cuando terminéque te has comprometido a contarme, no solamente tus penas, sino también tus pasiones.
¿Quién ha sucedido a miss Larkins, Trotwood?
-Nadie, Agnes.
-Alguien, Trotwood -dijo Agnes riendo y amenazándome con un dedo.
-No, Agnes; palabra de honor. En realidad, en casa de mistress Steerforth hay una
señora que tiene mucho espíritu y con la cual me gusta charlar: miss Dartle...; pero no la
quiero.
Agnes se echó a reír de su ocurrencia y me dijo que si continuaba siendo mi confidente
iba a escribir un pequeño diario de mis enamoramientos violentos, con la fecha de su
nacimiento y de su fin, como las tablas de reinos en la historia de Inglaterra. Después de
esto me preguntó si había visto a Uriah.
-¿Uriah Heep? No. ¿Está en Londres?
-Viene todos los días aquí a las Oficinas del piso bajo -replicó Agnes-. Estaba ya en
Londres ocho días antes que yo. Temo que sea para algún asunto desagradable, Trotwood.
-¿Algún asunto que te preocupa? Agnes, ¿de qué se trata?
Agnes dejó su labor y me contestó, cruzando las manos y mirándome de un modo
pensativo con sus hermosos ojos dulces:
-Creo que va a entrar como asociado de mi padre.
-¿Quién? ¿Uriah? ¿Habrá conseguido el miserable, con sus bajezas, deslizarse hasta un
puesto semejante? -exclamé con indignación-. ¿Y no has tratado de impedirlo, Agnes?
Piensa en las relaciones que tendrán que seguir. Hay que hablar; no se le puede dejar a tu
padre dar un paso tan imprudente; hay que impedirlo, Agnes, mientras sea posible.
Agnes me miraba, y volvió la cabeza, sonriendo débilmente, al ver mi excitación.
Después respondió:
-¿Recuerdas nuestra última conversación a propósito de papá? Fue poco tiempo
después, dos o tres días quizá, cuando me dejó vislumbrar por primera vez lo que te digo
ahora. Era muy triste verle luchar contra su deseo de hacerme creer que era un asunto de
su libre elección y el tra bajo que le costaba ocultarme que se veía obligado a ello. Estuve
muy triste.
-¡Obligado, Agnes! ¿Qué es lo que le obliga?