Charles Dickens | Page 211

se dirigió a su casa, prometiéndome una visita a los dos días, y yo me encaminé a Lincoln's Inn Fields, donde encontré a mi tía todavía le vantada y esperándome para cenar. Si hubiera dado la vuelta al mundo desde que nos separamos, creo que no nos habríamos sentido más dichosos al volvemos a ver. Mi tía lloraba de todo corazón abrazándome, y me dijo, haciendo como que reía, que si mi pobre madre estuviera todavía en el mundo no dudaba de que la pequeña inocente habría vertido lágrimas. -Y ¿ha abandonado usted a míster Dick, tía - le pregunté-. ¡Cuánto lo siento! ¡Ah Janet! ¿Cómo está usted? Mientras que Janet me hacía una reverencia y me preguntaba por mi salud, observé que el rostro de mi tía se ensombrecía considerablemente. -Yo también lo siento -dijo mi tía frotándose la na riz-, y no tengo un momento de reposo desde que estoy aquí, Trot. Antes de que pudiera preguntar la razón, me la dijo. -Estoy convencida -dijo apoyando su mano encima de la mesa con una fuerza melancólica-; estoy convencida de que el carácter de Dick no es bastante enérgico para expulsar a los asnos. Decididamente, le falta energía. Debí dejar a Janet en su lugar; habría estado más tranquila. Hoy mismo, estoy segura que si alguna vez ha pasado un asno por mi césped ha sido esta tarde a las cuatro –continuo vivamente-, pues he sentido un estremecimiento de la cabeza a los pies, y estoy segura de que era un asno. Traté de consolarla, pero rechazaba todo consuelo. -Estoy segura de que era un asno, y además ese asno inglés que montaba la hermana de aquel Murderin el día que vino a casa (desde entonces, en efecto, mi tía no llamaba de otro modo a miss Mourdstone), y si hay un asno en Dover cuya audacia me sea insoportable -continuó dando un puñetazo en la mesa-, es ese animal. Janet sugirió que quizá hacía mal mi tía preocupándose, pues creía que el burro en cuestión estaba por el momento ocupado en transportar arena, lo que no le dejaría tiempo para it a cometer delitos en su pradera. Pero mi tía no quería convencerse. Nos sirvieron una buena cena, calentita, a pesar de lo lejos que estaba la cocina de las habitaciones de mi tía, situada en el último piso. Si la había escogido así para mayor seguridad de su dinero o por estar cerca de la puerta del tejado, no lo sé. La comida se componía de pollo asado, rosbif y legumbres; todo excelente, y le hice honor. Mi tía, que tenía sus prejuicios sobre los comestibles de Londres, no comía apenas. -Apuesto cualquier cosa a que este pollo ha sido criado en una cueva, donde habrá nacido -dijo mi tía-, y que no ha tomado el aire más que en el mercado después de muerto. La carne supongo que será de buey, pero no estoy segura. Aquí no se enc uentra nada natural más que el lodo. -¿Y no cree usted que este pollo pueda haber venido del campo, tía? -Seguramente no -replicó mi tía- Para los comerciantes de Londres sería un disgusto vender algo bajo su verdadero nombre. No traté de contradecir aquella opinión, pero comí con buen apetito, lo que le satisfacía plenamente. Cuando quitaron la mesa, Janet peinó a mi tía, la ayudó a ponerse su cofia de dormir, que era más elegante que de costumbre (por si había fuego), según decía. Después se remangó un poco la falda para calentarse los pies antes de acostarse, y yo le preparé -siguiendo las reglas establecidas, de las que jamás, bajo ningún pretexto, había que alejarse - un vaso de vino blanco caliente mezclado con agua, y le corté en tiras largas y delgadas pan para tostar. Nos dejaron solos para terminar la velada. Mi tía estaba sentada frente a mí y bebía su agua con vino, mojando una después de otra sus tostadas