quiera otro, decidí discutirlo con él durante nuestro viaje, radiante de poder consultarle.
Por el momento teníamos bastante con despedirnos de todos nuestros amigos. Barkis no
era el que menos sentía nuestra partida, y yo creo que de buena gana habría abierto de
nuevo su cofre y sacrificado otra moneda de oro si hubiéramos querido a ese precio
permanecer dos días más en Yarmouth. Peggotty y toda su familia estaban desesperados.
La casa entera de Omer y Joram salió a decimos adiós, y Steerforth se vio rodeado de tal
multitud de pescadores en el momento en que nuestras maletas tomaron el camino de la
diligencia, que si hubiéramos poseído el equipaje de un regimiento los mozos voluntarios
no habrían faltado para transportarlo. En una palabra, nos fuimos llevándonos el
sentimiento y el afecto de todos los conocidos y dejando tras de nosotros no sé cuántas
personas afligidas.
-¿Va usted a permanecer mucho tiempo aquí, Littimer? -le dije mientras esperaba a que
partiese la diligencia.
-No, señor -repuso-; probablemente no estaré mucho tiempo.
-Por el momento no lo sabe -dijo Steerforth en tono indiferente-; sólo sabe lo que tiene
que hacer, y lo hará.
-Estoy seguro - le respondí.
Littimer acercó la mano a su sombrero para darme las gracias por mi buena opinión, y
en aquel momento me pareció que yo no tenía más de ocho años. Nos saludó de nuevo
deseándonos un buen viaje, y le dejamos allí en medio de la calle, a aquel hombre
respetable y tan misterioso como una pirámide de Egipto.
Durante un rato permanecimos sin decir nada, pues Steerforth estaba sumido en un
silencio desacostumbrado, y yo me preguntaba cuándo volvería a ver todos aquellos
lugares testigos de mi infancia, y qué cambios tendríamos que sufrir en el intervalo ellos
y yo. Por fin, Steerforth, recobrando de pronto su alegría y animación -gracias a la
facultad que poseía de cambiar de tono a capricho -, me tiró de la manga.
-Y bien, ¿no me cuentas nada, Davy? ¿Qué decía esa carta de que me hablabas en el
desayuno?
-¡Oh! -dije sacándola del bolsillo-. Es de mi tía.
-¿Y te dice algo interesante?
-Me recuerda que he emprendido esta excursión con objeto de ver mundo y de
reflexionar.
-Y supongo que no habrás dejado de hacerlo.
-Me veo obligado a confesarte que, a decir verdad, no me he acordado mucho; es más,
tengo miedo de haberlo olvidado por completo.
-Pues bien; mira a tu alrededor ahora -dijo Steerforth- y repara tu negligencia. Mira
hacia la derecha, y verás un país llano y bastante pantanoso; mira hacia la izquierda, y
verás otro tanto, y hacia delante, y no hay diferencia, lo mismo que hacia atrás.
Me eché a reír diciéndole que no descubría profesión adecuada para mí en el paisaje, lo
que quizá era debido a su monotonía.
-¿Y qué dice tu tía del asunto? -preguntó Steerforth mirando la carta que tenía en la
mano, ¿Te sugiere alguna idea?
-Sí -respondí-. Me pregunta si me gustaría ser procurador del Tribunal de Doctores.
¿Qué te parece?
-No sé --dijo Steerforth con tranquilidad, Me parece que igual puedes hacerte
procurador que otra cosa cualquiera.
No pude por menos de reírme al oírle poner todas las profesiones al mismo nivel, y le
demostré mi sorpresa.
-¿Y qué es un procurador, Steerforth? -añadí.