-Iré donde tú quieras -dijo Steerforth- y haré lo que se te antoje. Dame la dirección y
dentro de dos horas me presentaré en el estado que más te agrade, sentimental o cómico.
Le di los datos más minuciosos para encontrar la casa de Barkis, cochero de
Bloonderstone, etc., y a salí yo solo. Hacía un aire penetrante y vivo; el suelo estaba seco;
el mar, crispado y claro; el sol difundía raudales de luz, ya que no de calor; y todo parecía
nuevo y lleno de vida. Yo mismo me sentía tan nuevo y lleno de vida en la alegría de
encontrame allí, que hubiese parado a los transeúntes para darles la mano.
Las calles me parecían estrechas, como es natural. Las calles que sólo se han visto en la
infancia siempre lo parecen cuando se vuelve después a ellas. Pero no había olvidado
nada, y me pareció que ninguna cosa había cambiado hasta que llegué a la tienda de
míster Omer. Allí donde antes se leía «Omer» ponía ahora «Omer y Joram»; pero la
inscripción de «Lutos, sastre, funerales, etc.» continuaba lo mismo.
Mis pasos se dirigieron tan naturalmente hacia la tienda después de haber leído aquellas
palabras, que crucé las calles y entré. En la planta baja había una mujer muy guapa
haciendo saltar a un niño chiquito en sus brazos, mientras otra diminuta criatura la
agarraba del delantal. No me costó trabajo reconocer en ellos a Minnie y a sus hijos. La
puerta de cristales del interior no estaba abierta; pero en el taller del otro lado del patio se
oía débilmente resonar el antiguo martilleo, como si nunca hubiera cesado.
-¿Está en casa mister Omer? -dije-. Desearía verle un momento.
-Sí señor, está en casa -dijo Minnie-; con este tiempo y su asma no puede salir. Joe,
llama a tu abuelo.
La pequeña personita que le tenía agarrada por el delantal lanzó tal grito, que su sonido
le asustó a él mismo y escondió la cabeza entre las faldas de su madre.
Al momento oí que se acercaba alguien resoplando con ruido, y pronto mister Omer,
con la respiración más corta que nunca, pero apenas envejecido, apareció ante mí.
-Servidor de usted -dijo-. ¿En qué puedo servirle?
-Estrechándome la mano, mister Omer, si usted gusta -dije tendiéndole la mía-. Fue
usted muy bondadoso conmigo en cierta ocasión, y me temo mucho que entonces no le
demostré que lo pensaba.
-¿De verdad? -replicó el anciano-. Me alegro de saberlo; pero no puedo recordar.. ¿Está
seguro de que era yo?
-Completamente.
-Se conoce que mi memoria se ha vuelto tan corta como mi aliento -dijo mister Omer,
mirándome y sacudiendo la cabeza-; por más que le miro no le recuerdo.
-¿No se acuerda usted de que vino a buscarme a la diligencia y me dio de desayunar en
su casa, y después fuimos juntos a Bloonderstone, usted, yo, mistress Joram y mister
Joram, que entonces no eran matrimonio?
-¿Cómo? ¡Dios me perdone! -exclamó mister Omer después de sufrir a causa de la
sorpresa un go lpe de tos-. ¡No me lo diga usted! Minnie, querida mía, ¿lo recuerdas? Sí,
querida mía; se trataba de una señora...
-Mi madre --dije.
-Cier-ta- men-te -dijo mister Omer tocando mi cha queta con su dedo-, y también había
una criaturita; eran dos a la vez, y el pequeño tenía que ir en el mismo féretro que la
madre. ¡Y era en Bloonderstone, naturalmente, Dios mío! ¿Y cómo está usted desde
entonces?
-Muy bien, gracias - le dije-, y espero que usted también lo esté.
-¡Oh!, no puedo quejarme -dijo míster Omer-. La respiración la tengo cada vez más
corta; pero eso es culpa de la edad. La tomo como viene y hago lo que puedo. Es lo mejor
que se puede hacen ¿No le parece?