Decidí en mi interior que debía de tener lo menos treinta años y que quería casarse;
estaba algo envejecida, aunque aún de buen ver, como una casa deshabitada durante
mucho tiempo que conserva todavía un buen aspecto. Su delgadez parecía ser el efecto de
algún fuego interior que se reflejaba en sus ojos ardientes.
Me fue presentada como miss Dartle, y los Steerforth la llamaban Rose. Vivía en la
casa y hacía mucho tiempo que acompañaba a mistress Steerforth. Me parecía que nunca
decía espontáneamente nada de lo que quería decir, sino que lo insinuaba consiguiendo
por este medio dar a todo mucha importancia. Por ejemplo: Cuando mistress Steerforth
dijo, más bien en broma, que temía que su hijo hubiera hecho una vida algo disipada en la
Universidad, miss Dartle contestó:
-¡Ah! ¿De verdad? Ya saben ustedes lo ignorante que soy, y que solo pregunto para
instruirme; pero ¿acaso no ocurre siempre así? Yo creí que esa vida era... ¿eh?
-La preparación para una carrera seria, ¿es eso lo que quieres decir, Rose? -preguntó
mistress Steerforth con frialdad.
-¡Oh, naturalmente! Esa es la realidad, mistress Steerforth; pero ¿no ocurre así? Me
gusta que me contradigan si me equivoco; pero yo creía... ¿realmente no es así?
-¿Realmente qué? --dijo mistress Steerforth.
-¡Ah! ¿Eso quiere decir que no? Me alegro mucho. Ahora ya lo sé. Esta es la ventaja de
preguntar. Y desde este momento nunca permitiré que delante de mí hablen de las
extravagancias y prodigalidades de esa vida de estudiante.
-Y hará usted muy bien -dijo mistress Steerforth-. Además, en este caso el preceptor de
mi hijo es un hombre de tal conciencia, que aunque no tuviera confianza en mi hijo la
tendría en él.
-¿En serio? -dijo miss Dartle-. Querida mía, ¿conque es un hombre realmente de
conciencia?
-Sí; estoy convencida -dijo mistress Steerforth.
-¡Cuánto me alegro! -exclamó miss Dartle-. ¡Qué tranquilidad que sea realmente un
hombre de conciencia! ¿Entonces no es ...? Pero naturalmente que no, puesto que es un
hombre de conciencia. ¡Qué alegría me da poder tener desde ahora esa opinion de él! No
puede usted figurarse lo que ha subido en mi concepto desde que sé que es realmente un
hombre de conciencia.
Así insinuaba miss Dartle su opinion sobre todas las cosas y corregía todo lo que no
estaba conforme con sus ideas. A veces (no pude por menos de observarlo) tenía éxito de
aquel modo, aun contradiciendo a Steerforth. Antes de terminar la comida, mistress
Steerforth me hablaba de mi intención de ir a Sooffolk, y yo dije, al azar, que me gustaría
mucho si Steerforth quisiera acompañarme, y le expliqué que iba a ver a mi antigua
niñera y a la familia de míster Peggotty, recordándole que era el marinero que había
conocido en la escuela.
-¡Oh! ¿Aquel buen hombre --dijo Steerforth- que fue a verte con su hijo?
-No, con su sobrino -repliqué-; es su sobrino, a quien ha adoptado como hijo, y también
tiene una linda sobrinita, a la que también ha adoptado como hija. En una palabra, su
casa, o mejor dicho su barco, pues viven en un barco sobre la arena, está llena de gentes
que son objeto de su generosidad y bondad. Te encantaría ver ese interior.
-Sí -dijo Steerforth-; ya lo creo que me gustaría. Veremos si lo puedo arreglar, pues
merece la pena, aparte del gusto de viajar contigo, florecilla, para ver de cerca de esa
clase de gente y sentirme por unos momentos uno de ellos.
Mi corazón latía de esperanza y de alegría. Pero a propósito del tono con que Steerforth
había dicho: «esa clase de gente», miss Dartle, con sus penetrantes ojos fijos en mí, se
mezcló de nuevo en la conversación.