despedirme del buen doctor Strong. Agnes se puso muy contenta al verme y me dijo que
la casa no le parecía la misma desde que yo no estaba.
-Yo tampoco me reconozco desde que me he marchado -le dije-; me parece que he
perdido mi mano derecha, aunque es decir muy poco, pues en la mano no tengo el corazón ni la cabeza. Todo el que te conoce te consulta y se deja guiar por ti, Agnes.
-Es porque todos los que me conocen me miman demasiado -me contestó sonriendo.
-No, Agnes; es que tú eres diferente a todos; tan buena, tan dulce, tan acogedora;
además, siempre tienes razón.
-Me estás hablando - me dijo con alegre sonrisa, mientras continuaba su trabajo- como
si fuera la mayor de las Larkins.
-Vamos; no está bien que abuses de mis confidencias -le respondí enrojeciendo al
recuerdo de mi ídolo de cintas azules-. Pero es que no podía por menos de confesarme a
ti, Agnes, y no perderé nunca esa costumbre si tengo penas, y si me enamoro, te lo diré
enseguida, si es que quieres oírlo, aun cuando sea que me enamore en serio.
-Pero si siempre te has enamorado en serio ---dijo Agnes echándose a reír.
-¡Ah!, entonces era un niño, un colegial -dije también riendo, pero algo confuso-. Los
tiempos han cambiado, y temo que algún día tomaré ese asunto terriblemente en serio. Lo
que me extraña es que tú no hayas llegado a eso, Agnes.
Agnes, riendo, sacudió la cabeza.
-Ya sé que no, pues me lo habrías dicho, o por lo menos ---dije viéndola enrojecer
ligeramente- me lo habrías dejado adivinar. Pero no conozco a nadie que sea digno de lo
cariño, Agnes; necesitaría conocer a un hombre de un carácter más elevado y dotado de
más mérito que todos los que lo han rodeado hasta ahora para dar mi consentimiento. De
aquí en adelante vigilaré a tus admiradores, y te prevengo que seré muy exigente con el
elegido.
Habíamos charlado hasta aquel momento en un tono de broma lleno de confianza,
aunque mezclado con cierta seriedad, resultado de la amistad íntima que nos había unido
desde la infancia; pero de pronto Agnes levantó los ojos y, cambiando de tono, me dijo:
-Trotwood, quiero decirte una cosa, y quizá no vuelva a tener, en mucho tiempo,
ocasión de preguntártela; es algo que nunca me decidiría a preguntar a otro. ¿Has
observado en papá un cambio progresivo?
Lo había observado y me había preguntado a mí mismo muchas veces si ella no se daba
cuenta. Mi rostro traicio naba sin duda lo que pensaba, pues bajó los ojos al momento y vi
que estaban llenos de lágrimas.
-Díme lo que ves --dijo en voz baja.
-Temo. ¿Puedo hablarte con toda franqueza, Agnes? Ya sabes el cariño que le tengo a
tu padre.
-Sí --dijo ella.
-Temo que se perjudique con esa costumbre, que ha ido aumentando por días desde mi
llegada a esta casa. Se ha vuelto muy nervioso, o al menos a mí me lo parece.
-Y no te equivocas -dijo Agnes moviendo la cabeza.
-Le tiemblan las manos, no habla claro y a veces sus ojos no se fijan. He observado que
en esos momentos, cuando no está en su estado normal, es casi siempre cuando le buscan
para algún asunto.
-Sí, Uriah --dijo Agnes.
-Y la idea de que no se encuentra en estado de ocuparse de ello, que no lo ha
comprendido bien o que no ha podido disimular su estado parece atormentarle de tal
modo, que al día siguiente todavía es peor, y peor al otro; y de eso proviene su
agotamiento y su aire asustado. Pero no te preocupes demasiado, Agnes, porque muy