Charles Dickens | Page 141

hecho en la sociedad de los Micawber? ¿Aquellas ventas, aquellos préstamos y aquellas comidas que eran su consecuencia? Quizá alguno de mis compañeros me había visto atravesar Canterbury, cansado y andrajoso, y quizá me reconocería. ¿Qué dirían ellos, que daban tan poco valor al dinero, si supieran cómo había contado yo mis medios peniques para comprar todos los días la carne y la cerveza y los trozos de pudding necesarios para mi subsistencia? ¿,Qué efecto produciría aquello sobre niños que no conocían la vida de las calles de Londres, si llegaban a saber que yo había frecuentado los peores barrios de la gran ciudad, por avergonzado que pudiera estar de ello? Mi espíritu estaba tan impresionado con aquellas ideas el primer día que pasé en la escuela del doctor Strong que estaba pendiente de mis miradas y mis movimientos, preocupado de que alguno de mis camaradas pudiera acercárseme. En cuanto se terminó la clase hui a toda prisa, por temor a comprometerme si respondía a sus avances amistosos. Pero la influencia que reinaba en la antigua casa de míster Wickfield empezó a obrar sobre mí en el momento en que llamé a la puerta con mis nuevos libros debajo del brazo, y sentí que mis temores se disipaban. Al subir a mi habitación, tan ordenada, la sombra seria y grave de la vieja escalera disipó mis dudas y mis temores y arrojó sobre mi pasado una oscuridad propicia. Permanecí en mi habitación estudiando con ahínco hasta la hora de cenar (salíamos de la escuela a las tres) y bajé con la esperanza de llegar a ser un niño cualquiera. Agnes estaba en el salón esperando a su padre, a quien retenía en su despacho un asunto. Vino hacia mí con su sonrisa encantadora y me preguntó lo que me había parecido la escuela. Yo respondí que pensaba que iba a estar muy bien en ella, pero que todavía no me había acostumbrado. -¿Tú no has ido nunca a la escuela? -le dije. -Al contrario; todos los días estoy en ella. -¡Ah!; pero ¿quieres decir aquí en tu casa? -Papá no podría prescindir de mí -dijo sonriendo-, necesita a su lado al ama de casa. -Te quiere mucho; estoy seguro. Me indicó que sí y se acercó a la puerta para escuchar si subía, con objeto de salirle al encuentro en la escalera. Pero como no oyó nada, volvió hacia mí. -Mamá murió en el momento de nacer yo - me dijo con su habitual expresión dulce y tranquila- Sólo conozco de ella su retrato, que está abajo. Ayer lo vi mirarlo. ¿,Sabías quién era? -Sí -le dije-; ¡se te parece tanto! -También esa es la opinión de papá -dijo satisfecha-; pero... ahora sí que es papá. Su tranquilo rostro se iluminó de alegría al salirle al encuentro, y entraron juntos dándose la mano. Me recibió con cordialidad y me dijo que estaría muy bien con el doctor Strong, que era el mejor de los hombres. -Quizá haya gentes, no lo sé, que abusen de su bondad -dijo míster Wickfield-; no los imites nunca, Trotwood; es el ser menos desconfiado que existe, y, sea cualidad o defecto, es una cosa que siempre hay que tener en cuenta en el trato que se tenga con él. Me pareció que hablaba como hombre contrariado o descontento de algo; pero no tuve tiempo de darme mucha cuenta. Anunciaron la comida y bajamos a sentarnos a la mesa en los mismos sitios que la víspera. Apenas acabábamos de empezar cuando Uriah Heep asomó su cabeza roja y su mano descarnada por la puerta. -Mister Maldon querría hablar unas palabras con el señor. -¡Cómo! ¡Si no hace un instante que nos hemos separado! --dijo. -Es verdad, señor; pero acaba de volver para decirle dos palabras.