Charles Dickens | Page 119

me agarró del cuello y me llevó a la casa. Lo primero que hizo fue abrir un gran armario, coger varias botellas y verter parte de su contenido en mi boca. Supongo que las cogió al azar y sin elegir, pues me dio anisete, salsa de anchoas y un preparado para la ensalada. Después de administrarme estos remedios, como mi estado nervioso no me dejaba contener los sollozos, me hizo echar en el sofá con un chal debajo de la cabeza y el pañuelo que adomaba la suya bajo mis pies, para que no ensuciara la tela. Después se sentó detrás del biombo verde del que ya he hablado, lo que me impedía ver su rostro. A intervalos lanzaba excla maciones de «¡Misericordia!», como cañonazos de desesperación. Al cabo de un momento llamó: -Janet -dijo mi tía cuando entró la criada-, sube a saludar de mi parte a míster Dick y dile que querría hablarle. Janet pareció un poco sorprendida de verme en el sofá como una estatua, pues no me atrevía a moverme por temor a disgustar a mi tía; pero se fue a cumplir la orden. Entre tanto mi tía se paseaba de arriba abajo por la habitación, con las manos en la espalda, hasta que el señor que me había he cho gestos desde la ventana entró riéndose. -Míster Dick - le dijo mi tía-, sobre todo nada de tonterías, pues nadie puede ser más sensato que usted cuando le da la gana. Todos lo sabemos. Por lo tanto, nada de tonterías; se lo ruego. El se puso serio inmediatamente y me miró con una cara que yo interpreté como un ruego para que no hablara del incidente de la ventana. -Míster Dick -continuó mi tía-, usted me ha oído hablar de David Copperfield. No vaya a hacer como que no se acuerda, pues sé tan bien como usted que sí. -¿David Copperfield? --dijo míster Dick, que me parecía no tener recuerdos muy claros sobre el asunto-. ¿David Copperfield? ¡Ah, sí, sin duda; David, es verdad! -Pues bien -dijo mi tía-. Este es su hijo, que se parecería exactamente a él si no fuera también exactamente el retrato de su madre. -¿Su hijo? ¿El hijo de David? ¿Es posible? -Sí -dijo mi tía-. Y acaba de dar un buen golpe; se ha escapado. ¡Ah! No habría sido su hermana, Betsey Trotwood, quien se hubiera escapado. Entre tanto sacudía la cabeza, convencida, llena de confianza en el carácter y la conducta discreta de aquella niña que no había nacido. -¡Ah! ¿Cree usted que ella no se hubiera escapado? --dijo míster Dick. -¡Dios mío! ¿Es posible? --dijo mi tía-. ¿En qué está usted pensando? ¿Acaso no sé lo que me digo? Habría vivido siempre con su madrina, y habríamos sido muy dicho sas las dos. ¿Dónde quiere usted que su hermana se hubiera escapado y por qué? -No sé -dijo míster Dick. -Pues bien -repuso mi tía, dulcificada por la respuesta-, ¿por qué se hace usted el tonto, cuando es agudo como la lanceta de un cirujano? Ahora usted ve al pequeño David Copperfield, y la pregunta que quería hacerle es esta: ¿Qué debo hacer? -¿Lo que usted debe hacer? -dijo míster Dick con voz apagada, rascándose la frente, ¿Qué debe hacer? -Sí ---dijo mi tía mirándole seriamente y levantando el dedo-. ¡Atención, porque necesito un consejo trascendental! -Pues bien; si yo estuviera en su lugar -dijo míster Dick reflexionando y lanzándome una mirada vaga- yo...(aquella mirada pareció proporcionarle una repentina inspiración, y añadió vivamente): yo le daría un baño. -Janet -dijo mi tía volviéndose con una sonrisa de triunfo que yo no comprendía todavía-. Míster Dick siempre tiene razón; prepare el baño.